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El Celibato Sacerdotal

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La Iglesia, como cualquier institución, tiene sus reglas; reglas que además es importante notar, son de inspiración divina, pues la Iglesia si bien es humana por sus miembros, es santa por estar fundada y asistida por Dios.

Estas reglas las saben los candidatos al sacerdocio a las cuales, libremente se comprometen sabiendo lo que ello implica. Hay siempre un riguroso examen para ver las intenciones, conocimiento y voluntad de los candidatos con respecto al celibato y a cada una de las reglas con respecto al sacerdocio. El candidato al sacerdocio sabe bien lo que significa el celibato; sabe que es para siempre. Y así, libre y conscientemente lo asume y acepta. No hay coacción alguna. Por ende, uno que libremente se comprometió a algo, sabe que lo debe vivir fielmente siempre. Y sabe, cuando no lo cumple, que está en falta frente a lo que se comprometió.

Esta norma se aplica a todo en la vida: al sacerdocio, al matrimonio, a los negocios, contratos y cualquier empresa humana. Es algo bastante sencillo de entender: fundarnos en la palabra dada como garantía de seguridad en el tiempo. Su incumplimiento, en cualquier ámbito, implica una infidelidad y por ende unas consecuencias y en algunas ocasiones unas penas. Si un candidato al sacerdocio no quisiera el celibato, primero él mismo no se comprometería libremente y a la vez, no sería aceptado al sacerdocio. Por ello el que incumple esta norma o se equivocó y fue infiel y lo sabe bien.

Cuando Jesucristo habló de la indisolubilidad matrimonial a sus discípulos, les presentó a la vez una doctrina novedosa y hasta ese momento desconocida: «Pero él les dijo: "No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda"».  (Mt 19,10-12). Este consejo que dio el Señor era para una entrega en aras de un amor universal. Un consejo que la Iglesia vio siempre como un don muy estimado e importante para aquel que quisiera consagrarse a las cosas del Señor en el sacerdocio. El Concilio Vaticano II, el último que se ha dado en la Iglesia, buscó ayudar a que la gente de hoy se acercara más a la fe, y dijo al respecto: «Cristo el Señor recomendó la perfecta y perpetua castidad por el reino de los cielos (cf. Mt 19, 12).  No pocos cristianos a lo largo de los siglos, e incluso en nuestro tiempo, la han acogido gustosos y la han practicado de una manera digna de elogio. La Iglesia la ha apreciado siempre muchísimo, de manera especial para la vida sacerdotal... Por estas razones, fundadas en el misterio de Cristo y en su misión, el celibato, que al principio se recomendaba a los sacerdotes, fue impuesto después por ley en la Iglesia latina a todos los que eran promovidos al orden sagrado.  Este sacrosanto Sínodo, aprueba y confirma de nuevo esta legislación en cuanto se refiere a los que se destinan al presbiterado»   (Presbyterorum Ordinis, n. 16..)

Jesús no dio una orden ciertamente, pero sí un consejo que la Iglesia acogió, entendió y poco a poco, desde de la práctica inicial, asumió como norma con el poder que tiene de atar y desatar. No se trató pues de un invento posterior de la Iglesia, y para ver esto con claridad basta ver que algunos seguidores cercanos del Señor como San Juan (Ver Nicolau, Miguel. Ministros de Cristo. Madrid; BAC 1971, p. 377.) , San Pablo   (Ver 1Cor 7, 1ss.) y otros, vivieron el celibato siguiendo el ejemplo del mismo Señor Jesús que fue célibe.

Además de lo que explícitamente dijo Jesús, de lo que vivieron sus Apóstoles y muchos cristianos al inicio de la Iglesia, hay que recordar que el celibato sacerdotal se normó bastante temprano en el Concilio de Elvira, que dice así: «Se ha decidido por completo la siguiente prohibición a los obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio: que se abstengan de sus mujeres y no engendren hijos; y quienquiera lo hiciere, sea apartado del honor de la clerecía»  (SíNODO de Elvira, canon 33. En: Denzinger, H. - Hünermann, P. El Magisterio de la Iglesia. Enchiridion Symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum. Barcelona; Herder 2000, n. 118. ). Esta norma, contrariamente como algunos ignorantemente dicen, no se dio tardíamente, sino entre los años 300 y 306 d.C.

Entonces ¿Por qué y para qué existe el celibato? Jesucristo dio un consejo: vivir el celibato en orden a la disponibilidad total y consagración a la extensión del Reino de Dios. No es pues un invento de la Iglesia, sino una recomendación del Señor que no todos entienden sino que, como dice Él mismo, entienden algunos: «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido»( Mt 19,10.).

No hay aquí un menoscabo del matrimonio, sino de un llamado particular que el Señor da a ciertas personas. Pues el sacerdote que no se casa puede, como dice San Pablo, preocuparse de las cosas del Señor y de la misión encomendada de manera total; estando casado, su primera responsabilidad sería su familia y esto limitaría que pudiera estar listo a todo tiempo, para atender a las personas que lo necesiten. San Pablo lo expresa así: «Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido. La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido»  ( 1Cor 7, 32-34.)

A veces no se entiende, pero este tipo de vida y este sacrificio y renuncia, para el cual Dios da gracias y no todos pueden vivir, es en función del bien de las personas. Uno se hace célibe para poder ayudar más y a más personas. Sin ello probablemente no podría celebrar tantas misas, confesar a tanta gente, conversar con tantas personas, ir de aquí para allá a atender a enfermos, dedicarse a buscar el bien espiritual y material de los pobres. Estando casado, su tiempo sería poco y su accionar evangelizador sería poco. «El sacerdote, que ofrece en el altar in persona Christi el sacrificio eucarístico, en la castidad celibataria se hace hombre para los demás, ejerciendo sin exclusividad su ministerio en una caridad universal. La obligación, entonces, no surge simplemente de una ley eclesiástica impuesta desde fuera, sino de la asunción libre y consciente del celibato casto después de años de oración, reflexión y preparación. La ley eclesiástica sostiene esta obligación asumida litúrgicamente».(Ghirlanda, Gianfranco. El derecho en la Iglesia misterio de comunión. Madrid; Ed. Paulinas 1992, p. 180.) Esto es bastante claro y muchos que viven otras renuncias lo saben bien. Incluso para no católicos, como Mahatma Gandhi, que decía al respecto: «Es el celibato el que conserva joven a la Iglesia Católica».

Ciertamente el celibato no es un dogma, es decir, una verdad que se cree por fe y que no puede cambiar. Fue un consejo del Señor que la Iglesia entendió como importante. Y si no fuera importante ¿Por qué lo habría dado el Señor? ¿No será porque lo creyó importante? De suyo no es esencial al sacerdocio, pero la Iglesia lo ve como fundamental para poder, como veíamos, estar disponibles. Por lo tanto sí, es una ley humana dada por la Iglesia, pero por ello no carente de fundamento bíblico y no carente de importancia y de una rica y fundada historia.

La norma dice así: «Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres» (Código de Derecho Canónico. Pamplona; EUNSA 1992 5ta edición, canon 277, § 1. ). Hay que recordar además que si bien en la Iglesia de Oriente los sacerdotes pueden ser casados, sólo los célibes pueden ser ordenados obispos y que esta normatividad cambió, pues al inicio, hasta el s. VII d.C., el clero oriental también vivía la disciplina del celibato.

Ahora bien, hay quienes dicen: «Son muchísimos sacerdotes que se casan y piden permiso al Vaticano. Por eso la Iglesia debe modernizarse y adecuarse a estos tiempos» . Al respecto, Los Obispos reunidos en un Sínodo el año 1971, abordaron el tema del celibato y se preguntaron ¿Se debería quitar como disciplina? Se decía que dejar de lado esta norma ayudaría a que haya más sacerdotes. La respuesta casi unánime de los obispos fue negativa .(En el Sínodo de los Obispos de 1971, Monseñor Lorscheider mencionó 3 argumentos en contra de la ordenación de hombres casados en lugares y circunstancias que faltase clero. Dijo: a. El derecho a la celebración eucarística de los fieles no es argumento, pues la obligatoriedad es una vez al año; b. La remisión de los pecados tampoco es argumento a favor de ordenar hombres casados, dado que también se obtiene el perdón, en ausencia de sacerdote, con el acto de contrición; c. El apostolado especializado puede ser llevado a cabo por catequistas, diáconos o laicos preparados. Ver Tomko, Cardenal Josef. “Estudio introductorio” (intervención en el Sínodo de Obispos de 1971). En: Celibato y Magisterio. Intervención de los Padres en el Concilio Vaticano II y en los Sínodos de Obispos entre 1971 y 1990; Obra dirigida por Santarsiero, Antonio, OSJ. Lima; Conferencia Episcopal Peruana 1994, pp. 176-177. )

Y argumentaron lo siguiente: esto no resolvería el problema de las vocaciones; hay una experiencia problemática con estos casos en las iglesias orientales y protestantes; traería problemas sociales como el mantenimiento de la familia por parte del sacerdote que tendría que trabajar para mantener a la familia, dejando de dedicarse a su ministerio; daría lugar a dos categorías de sacerdotes; el casado es difícil que pueda tener empuje misionero.

Decir que son muchísimos los que piden estas dispensas es una generalización. De la experiencia, uno ve que los casos son, más bien, aislados y un número muy reducido, muchos de ellos por problemas personales o situaciones delicadas que han vivido, no por una opción ideológica, sino para subsanar una situación irregular en la que ya se encuentran.

Finalmente es bueno preguntarse ¿Qué significa modernizarse? ¿Seguir las reglas de la moda imperante que muchas veces están cargada de anti valores? ¿Dejarse llevar por las opiniones del momento? ¿Acaso dejar el celibato significa un adelanto en el pensamiento humano? ¿No será más bien un capricho de la anti cultura relativista, permisiva y anti religiosa que muchas veces vemos por doquier? ¿No será que el celibato cuestiona a muchos, e incomoda la entrega de los sacerdotes? ¿Acaso los consejos del Señor ya no valen para el hoy?

Se afirma:  «Es hipócrita la Iglesia que habla del celibato y no lo vive»  Nuevamente hablemos de la sobre generalización. Primero, la Iglesia somos, por definición, Cristo Cabeza y el Cuerpo Místico que está formado por todos los fieles, es decir por los bautizados. O sea, todos los católicos. No es exclusividad de los sacerdotes.

Segundo, la Iglesia es Santa por su origen, y pecadora por sus miembros.

Tercero, el pecado de uno ciertamente escandaliza a muchos (más cuando se trata de un pastor que está delante guiando y que debe dar más ejemplo y testimonio), pero no es señal que todos sean como él. Y es que uno no hace la norma ni por uno o dos se generaliza a todos. Y es que ¿Dónde quedan los miles de sacerdotes que sí son fieles? ¿Cómo meter en un mismo saco a unos pocos que han tenido problemas y han sido infieles en esta disciplina, con la gran mayoría de sacerdotes que si han sido fieles? ¿No es acaso injusto? Como sería injusto decir que todos los esposos del mundo son unos traidores porque unos cuantos han sido infieles a sus esposas.

La Iglesia, es decir las normas eclesiales, a lo largo de la historia han visto conveniente esta disciplina y con la experiencia de bendiciones y buenos ejemplos, así como la mala experiencia de algunos pocos, ha visto con su sabiduría, experiencia, y asistida por Dios, que esta normatividad es buena y necesaria también para hoy.

¿Un problema obliga a un cambio de disciplina? Cuando un esposo es infiel una vez ¿Debe separarse para siempre de la esposa? ¿Hay posibilidad de que cambie? Cuando una esposa es infiel a su esposo ¿Debemos afirmar por ello que la monogamia en el matrimonio no sirve? ¿Hay que afirmar que mejor es tener varias esposas o varios esposos? ¿O que mejor cada uno tenga las relaciones que quiera con quien quiera sin ningún vínculo? Cuando un joven consume drogas y se vuelve adicto ¿Hay que legalizar la droga porque el tenerla prohibida ha generado una reacción adversa de este chico y lo ha empujado a buscarla?  Cuando un violador persigue a una niña menor, la viola y la mata ¿Hay que aprobar que pueda tener cuando quiera relaciones con menores sin que esté penado? ¿Hay que cambiar las costumbres que nos parecen buenas y lógicas?  Que un sacerdote sea infiel a su compromiso de celibato ¿Significa que este compromiso es malo y que debe abolirse porque le hace daño?

También se afirma que «El celibato hace daño al sacerdote, pues es anti humano» Respondamos a esto con una cita del Papa Pablo VI: «No es justo repetir todavía, después de lo que la ciencia ha demostrado ya, que el celibato es contra la naturaleza, por contrariar a exigencias físicas, psicológicas y afectivas legítimas, cuya realización sería necesaria para completar y madurar la personalidad humana: el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26-27), no es solamente carne, ni el instinto sexual lo es en él todo; el hombre es también, y sobretodo inteligencia, voluntad, libertad; gracias a estas facultades es y debe tenerse como superior al universo, ellas le hacen dominador de los propios apetitos físico, psicológicos y afectivos» (S.S. Pablo VI. Sacerdotalis coelibatus, n. 53.)

Asimismo, se afirma «Si un sacerdote no se casa, no puede hablar de amor» Pero, ¿Qué es el amor? ¿Es una exclusividad del matrimonio? ¿Se reduce al ámbito sexual? ¿Una persona que no tiene una vida sexual activa puede vivir el amor? ¿Y las tantas manifestaciones de amor diferente a una vida matrimonial? El amor es Dios mismo. No es una invención humana, como lo dice el mismo Señor mediante San Juan: «En esto consiste el amor: no en que ustedes hayan amado, sino en que Dios los amó primero»  (1Jn 4, 10.). Por ello la definición del amor la da Dios, no nuestras medidas humanas. Y al darla Dios, hay múltiples manifestaciones del amor. La más sublime y grande la define el mismo Señor con su propia vida: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos»( Jn 15, 13.)

Por ello decir que uno no puede entender ni vivir el amor porque no está viviendo un tipo de amor matrimonial, es recortar el amor; el matrimonio es una vocación hermosa y un ámbito privilegiado del amor, pero no la única ni la más importante manifestación del amor. Cada vida tiene un propio ámbito importante. Una mujer que no se casa por dedicarse a cuidar a sus padres ancianos y enfermos. Un hombre que no contrae matrimonio porque se ha dedicado a la enseñanza en una escuela rural durante toda su vida. Una anciana viuda desde los 40 años y que dedicó su vida a ayudar a su hija que joven tuvo hijos y cuidó así a sus nietos. Estos y otros ejemplos nos llevan a preguntarnos ¿El amor es exclusivo del casado? ¿Sólo él sabe que es amor? ¿Acaso una de estas personas descritas antes no podrá hablarnos con profundidad y autoridad del amor? ¿Acaso alguno de ellos no podrá también definirnos qué es el amor?

El sacerdote entrega su vida en el celibato para vivir el amor y con autoridad y experiencia sabe también qué es el amor, por participar y vivir del amor de Dios. Y con ello tiene experiencia y autoridad para hablar de él. Y si no, habría que preguntarnos ¿El Señor Jesús, que fue célibe, no tenía acaso algo que decir sobre el amor a un matrimonio, aún sin Él haberlo vivido?

¿Qué es el sacerdocio?  Dice San Marcos en su evangelio, que Jesús «llamó a los que quiso»  . (Mc 3,13-19). El sacerdocio no es una elección humana, sino una vocación, una llamada de Dios a algunos. No a los mejores, no a los privilegiados y a una casta superior, sino a los que Él quiere y por eso implica escucha y respuesta. El Cardenal Ratzinger decía al respecto: «No existe el derecho al sacerdocio. Esta misión no se puede elegir como si de un oficio o una profesión se tratase. Sólo se puede ser elegido por Él. El sacerdocio no figura en la lista de los derechos humanos. Nadie puede reclamar recibirlo. Jesús llama a los que Él quiere». Para ser de Él, seguirlo a Él y trasmitirlo a Él. No es pues una empresa humana.

¿El celibato es un problema en sí mismo? Ya hemos dicho que no afecta en nada a la naturaleza humana. Que no hace daño, recorta nada, ni quita la capacidad de amar. Lo que pasa es que muchos lugares en la actualidad proceden desde una lógica sexualizada, movida por el placer por el placer a costa de todo y vulnerando cualquier norma, barrera y verdad. El mundo muchas veces se ha erotizado, y le incomoda que lo denuncien. Y el celibato es eso: una denuncia seria, fuerte y clara a este tipo de vida desordenada.

¿Quién está detrás de estas críticas al celibato sacerdotal? Es lógico que escándalos como el que hemos visto generen en algunos preguntas. Sin embargo ha habido una sobre reacción de mucha gente, y esto lleva a preguntarse ¿Quiénes han sobre reaccionado? ¿De dónde vienen estas críticas? Uno, parodiando, podría decir: « ¿Quiénes son los que ahora hablan? Pues a esos no los he visto en Misa antes». Y es que es curioso que gente que no tiene regularmente contacto con Dios, la fe y la Iglesia, ahora se alzan como abanderados de las críticas; como sabios que dan consejos y teorías; como personas con no se qué autoridad, exigen a la Iglesia cosas. Algunos pseudo intelectuales, otros que apoyan el aborto; algunos homosexuales o promotores de grupos gays. Unos que se dedican al espectáculo de vender difamaciones por televisión y se llaman a sí mismos paparazzi. Todo lo sucedido estos días me lleva a preguntarme casi obligado ¿Quién está detrás de esto? Es curioso que estos noticieros y amantes de la verdad, no salgan a presentar en imágenes cómo los sacerdotes confiesan por varias horas en la semana y los domingos; cómo un sacerdote de 90 años ha vivido el celibato durante sus 70 años de vida consagrada a Dios; no presenten la renuncia de un sacerdote que se dedica a ayudar a los pobres y enfermos. Es curioso que estos paladines de la verdad, que buscan defenderla, no se preocupen más que de algún problema que haya y le den varios días de noticia, reportajes sensacionalistas y titulares difamatorios y exagerados.

¿Quién pues está detrás de esto? Es difícil decir un nombre, señalar a una persona. Pues podemos caer en injusticia, ya que como decíamos, hay gente honesta que se hace con justicia, por el escándalo, preguntas con buena fe y buscando respuestas. Pero hay no poca gente mala, de vida mala, de mal testimonio, para la cual la Iglesia es una piedra en el zapato que incomoda y a la cual hay que tratar de bajarse a costa de todo, que cuando encuentren algo malo lo van a aprovechar y exprimir hasta la última gota, así haya que exagerar o mentir un poco.

Y, finalmente, estoy convencido, hay gente mala y malvada detrás de esto, cuyo objetivo es propagar el mal y destruir a la Iglesia. Algo que ciertamente no podrán nunca, pero en el intento hay que reconocer que no poco daño le hacen. Agentes del mal que, bajo especie de luz, disfrazados de defensores de la humanidad, venden primero el veneno envuelto en dulce, para una vez mordido el anzuelo, apalear al caído y no dejar que se pare. Actitud que me lleva mucho a pensar en lo que el Papa Pablo VI definió como un «un agente oscuro, pervertido y pervertidor». El diablo. Creo en su existencia, en que hay gente mala que le hace el juego y que busca, a todo costo, destruir la obra de Dios en esta tierra. Y a veces nosotros, pecadores, le damos argumento. Gente con poder, con influencias, con medios para difundir el mal, con organizaciones y gente dispuesta a esparcir el mal. Y es que como dice San Pablo, no peleamos contra la sangre y carne, sino contra los dominadores del mundo tenebroso. Y es que estamos en batalla. No lo olvides Iglesia del Señor. No olvides, como dice Job, que la vida en esta vida es una permanente milicia (Ver Job 7, 1)

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