Indulgencia Plenaria vs Crecimiento Espiritual

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Con ocasión de grandes celebraciones eclesiásticas, la Iglesia ha tenido por costumbre otorgar a los fieles la oportunidad de ganar indulgencias plenarias, y esto además de la forma ordinaria de lucrarlas.

Como el lector sabrá, la indulgencia plenaria es la remisión total de las penas temporales debidas por los pecados ya confesados. El Código de Derecho Canónico de 1983  las define como "la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones, consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los Santos". (Código de Derecho Canónico de 1983, Libro I, Título IV, Capítulo IV, Canon 992).

Es decir, y sólo como recordatorio, todo pecado origina una culpa y una pena. La primera es borrada a través de la confesión bien hecha. La pena originada por el pecado se tiene que reparar o pagar en esta vida o en la otra, eventualmente en el Purgatorio para aquellas almas que ya se salvaron pero que aún no pueden gozar de la visión beatífica de Dios. Para las almas que se condenan ya no aplica ningún purgatorio pues se han perdido para siempre.

Por tanto las indulgencias están ligadas a los conceptos de penitencia, pecado, remisión, purgatorio, etc. Por los méritos de Jesucristo y como parte del tesoro espiritual que la Iglesia detenta de la Redención, puede  establecer condiciones para que podamos ganar a lo largo de nuestra vida estas indulgencias, ya sea rezando determinadas oraciones; realizando algunos peregrinaciones, visitando algunas iglesias o participando de ciertos ritos litúrgicos, como por ejemplo: haciendo una oración al Santísimo al menos por media hora; la adoración de la Santa Cruz el viernes santo; participando de un retiro espiritual al menos de 3 días de duración; a los que recen el Santo Rosario, en una iglesia, en familia o en una asociación piadosa; los que recen el Santo Viacrucis delante de las estaciones, entre otros. Asimismo, en ciertas circunstancias especiales, como son los años santos, la Iglesia concede a los fieles, cumplidos ciertos requisitos, ganar estas indulgencias. Estos requisitos son además  la confesión (al menos 8 días antes o después de realizado el acto que condiciona la indulgencia) la comunión y la oración por las intenciones del Papa.

Aversión al Pecado

Sin embargo, una de las condiciones sine qua non para poder ganar cualquier indulgencia, sea en un año santo o en condiciones ordinarias, debe existir en el fiel la aversión a cualquier pecado, aún al venial. Y este es un punto en el que casi no se insiste o menciona en tratándose de este proceso de lucrar indulgencias plenarias. De tal manera que si en el fiel no existe esta disposición del corazón, simple y sencillamente no se puede ganar la indulgencia. Y el único que puede saber esa disposición interior es DIOS. Y vaya que esto no es nada fácil si no se lleva al menos una mediana vida espiritual.

Si este aspecto no se recalca, se corre el riesgo en convertir este tema de las indulgencias en una especie de fast-Track espiritual y un tanto mágico y facilón para la relación del hombre con Dios, desvirtuándose así lo que en realidad debe ser la vida del hombre según el mandato evangélico, y que es: "sed perfectos como el Padre Celestial es perfecto"(Mt 5,48).

En otras palabras, si bien es bueno que en el alma exista la disposición de ganar todas las gracias y favores que el Cielo concede a través de múltiples prácticas piadosas, oraciones, y obras de caridad, lo más importante es que los fieles entendamos que nuestro caminar hacia Dios debe estar basado en un sólido crecimiento espiritual, análogo al crecimiento y desarrollo de todas nuestras facultades físicas, emocionales y psicológicas de todo nuestro ser. Precisamente, la Santísima Virgen en sus apariciones auténticas insiste mucho en la necesidad de la vida de oración, sacrificio, penitencia, práctica del ayuno, frecuencia de los sacramentos, vivencia de las virtudes, transformación del corazón, apostolado diligente, amor al prójimo por amor a Dios, etc. y que todo esto va edificando un nuevo hombre con una sólida vida espiritual, que será palpable en su verdadero amor a Dios y en su búsqueda para realizar en su ser el mandato evangélico de la perfección cristiana.

Un comportamiento así, basado en las prácticas cristianas de oración, sacrificio y penitencia  permitirán además  a los hijos de Dios prepararse convenientemente a los aciagos días que están por venir, y estar protegidos ante la nube de confusión que cada día más oscurece el Camino Verdadero y convertirse en luz y guía para los demás.

Las almas que se manejan sobre la base de priorizar el ganar indulgencias plenarias para sí (independiente de las que se puedan ganar para las ánimas del purgatorio) pudieran estar edificando su vida espiritual sobre arena, y al primer ventarrón claudicarán en su fe, pues convierten lo accesorio y secundario en su arma principal, cuando debiera ser al revés. Y esto sin asegurar que se gane la indulgencia, pues no es matemático el proceso, ya que sólo Dios conoce el verdadero estado del corazón penitente, contrito y dispuesto a rechazar todo pecado, aún el venial o imperfección deliberada. Y aquí se puede llevar uno muchas sorpresas, creyendo que estoy limpio y sin pena alguna que reparar, y sin verdaderamente trabajar por edificar un sólido crecimiento espiritual en su alma, que es lo realmente importante.

Quien vive una vida de fe intensa y obras palpables en amor a Dios y a los demás, cotidianamente recibirá gracias abundantes que le estarán ayudando a reparar sus pecados y acrecentar su espíritu y amor a Dios para la vida eterna.

Luis Eduardo López Padilla

12 de Noviembre del 2012