Hoy como nunca la humanidad necesita de santos. El mundo actual no requiere de teólogos sabios, técnicos especializados, científicos ilustres o humanistas inteligentes; no, lo que verdaderamente hace falta hoy en el mundo es la abundancia de hombre santos, y principalmente en el “mundo”, es decir, en la vida pública, en la sociedad entera. Y así debe ser porque la exigencia de santidad no es sólo para aquellos que han recibido la vocación a la vida religiosa, sino para todos los hombres según el mandato evangélico: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Así pues, “A los laicos corresponde por propia vocación – dice el Concilio Vaticano II – tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con la que su existencia está entretejida” (LG 31).
Y precisamente, la Santísima Virgen nos recuerda en estos tiempos a través de sus numerosísimas apariciones la necesidad y urgencia de la conversión: “Si no os arrepentís, todos pereceréis por igual” (Lc 13, 3). Y esto tanto porque es nuestra obligación por ser hijos de Dios, así como por los difíciles tiempos de confusión y obscuridad que estamos viviendo y por las grandes pruebas que están por venir tanto para la Iglesia como para el mundo en general, con largos años de mucho sufrimiento y dolor.
La Conversión
Dijo la Virgen en Medjugorie (Herzegovina): “La única palabra que deseo decir es conversión del mundo entero. Se los digo para que ustedes lo transmitan al mundo entero. Yo no pido otra cosa que la conversión.”
¿Y qué es la conversión? La conversión, en esencia, es despojarnos de lo que San Pablo llama el hombre viejo en orden a revestirnos del “hombre nuevo”; el hombre de Jesucristo, el hombre que ha aceptado el Evangelio sin reservas y está presto a cargar su cruz de cada día. La conversión es entonces un cambio profundo que se realiza dentro de nosotros: un cambio radical que se concreta cada día, cada hora, en cada momento. No es, por ejemplo, el proponerse ser más buenos, dar algo a los pobres o ser un poco más generoso en la caridad cristiana. Esto es una cosa digna de admiración y alabanza, pero no es propiamente la conversión. La conversión es más profunda y radical; es dejar todo aquello que nos aparta del camino de la salvación, con todos sus prejuicios, convicciones, actitudes, valores, hábitos, modos de pensar y actuar.
Participación de los Sacramentos
La Virgen María insiste mucho en la participación y frecuencia de los sacramentos, especialmente el de la confesión o penitencia y el de la eucaristía. El sacramento de la confesión es la gran manifestación de la Misericordia infinita de Dios. “¡El Señor no despreciará un corazón contrito y humillado!” (Sal 50). Por eso, el primer signo de una conversión es una buena confesión ante el sacerdote para quedar libre de todas nuestras iniquidades, por muy grandes y terribles que éstas sean. Nuestra vida sólo tiene eficacia temporal y eterna cuando estamos en gracia de Dios, de lo contrario, nuestras obras corren el riesgo de ser estériles.
Asimismo, la Santísima Virgen pide que comulguemos con frecuencia, que nos acerquemos a recibir el sacramento de la eucaristía, donde está Jesús presente realmente con Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Ya hace algunos años Nuestra Señora del Carmen –en Garabandal, España, en 1961– había dicho que “a la eucaristía cada vez se le daba menos importancia”; y en las apariciones de Fátima, Portugal, en 1917, el ángel de Portugal que se había aparecido a los tres pastorcitos para preparar la aparición de la Virgen, al darles la comunión les dijo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, terriblemente ultrajado por los hombres desgraciados. Reparad por sus crímenes y consolad a vuestro Dios.” Así pues, María Santísima nos pide que seamos constantes en recibir la eucaristía: “Yo soy el Pan Vivo que ha bajado del cielo, si alguno come de este Pan vivirá eternamente” (Jn 6, 51).
La eucaristía aumenta nuestra vida espiritual; ningún acto existe cuya acción santificadora pueda compararse con la recepción de este sacramento. Todos los sacramentos se ordenan a la Sagrada Eucaristía y la tienen como centro.
Santa Misa
La Santísima Virgen María le da una gran importancia en sus mensajes a la asistencia a la Santa Misa, ya que no hay oración más completa que la Santa Misa. Ella ha dicho que la Santa Misa es la más grande oración a Dios y jamás podremos comprender su grandeza. La Misa es la renovación incruenta del sacrificio hecho por Jesucristo en el Calvario. En cada Misa se ofrece al Padre una oración, acción de gracias y reparación infinitas, en la cual la víctima ofrecida es el mismo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Por eso no hay forma más perfecta de dar gloria, de reparar y de adorar que el sacrificio del altar. Por esoJuan Pablo II llego a decir que la Santa Misa “es realmente el corazón y el centro del mundo cristiano” (21-IV-82), y el Papa Pablo VI dijo que la “Misa es la manera más perfecta de hacer oración” (1973).
Santo Rosario
La oración predilecta de la Santísima Virgen es el Santo Rosario, fragilísima cuerda con la que ha de vencer a su infernal adversario. En todas sus apariciones, María nos insiste rezar el Santo Rosario. Rezar el Rosario es tratar de conocer a María; es recibir de Ella la enseñanza de la Vida, Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo; pasajes nunca acabados de meditar, siempre nuevos y siempre ricos. Rezar el Rosario es un coloquio confidencial con María, una conversación llena de confianza y abandono.
“Yo prometo mi protección maternal cubriendo con mi manto y facilitando las gracias necesarias, a todo aquél que, en los momentos difíciles, todos los días rece cinco misterios del Rosario” (Extracto del tercer mensaje dado en Sabana Grande, en 1987).
“Yo soy nuestra Señora del Rosario, quiero que continuéis rezando el Rosario todos los días” (Fátima, Portugal, 1917).
“Todas las oraciones que ustedes digan por la noche en sus hogares, dedíquenlas para la conversión de los pecadores, porque el mundo está hundido en una gran degeneración moral. Recen el Rosario todas las noches. Oren y tengan el Rosario siempre en sus manos como una señal a Satanás de que me pertenecen” (Medjugorie, 1981).
Visitas al Santísimo
La Santísima Virgen María también ha pedido que vayamos a visitar a su Hijo al Sagrario en reparación de tantos pecados como se cometen en el mundo. Ya en las apariciones de Fátima, el ángel de Portugal, postrado con la frente en tierra, había orado con los pastorcitos:
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con lo que Él mismo es ofendido.”
Así pues, la segunda persona de la Santísima Trinidad está en el Sagrario; y está con el poder soberano de Su Divinidad. Él, el Hijo unigénito de Dios Padre, por quien todo fue hecho, ante quien tiemblan los tronos y las dominaciones, con todo Su Poder, Honor, Gloria y Divinidad está oculto en todos los sagrarios del mundo.
“…tenemos que visitar mucho al Santísimo, pero antes tenemos que ser muy buenos…” (Garabandal, España, 1961).
Uso de Sacramentales
La Santísima Virgen también nos recuerda en sus mensajes que hagamos uso de los sacramentales: agua bendita, crucifijo, medallas y escapulario, etc. Los sacramentales son medios a través de los cuales nos viene gracia y bendición, particularmente en contra de las asechanzas de Satanás. Los sacramentales son menos fuertes que los sacramentos, pero más poderosos que la plegaria puramente privada. El usar estos medios con fe y devoción nos ayudan a la remisión de los pecados veniales, nos protegen espiritualmente contra muchas tentaciones y son canales de abundantes gracias e indulgencias.
“Restauren el uso del agua bendita… Yo los invito a colocar objetos benditos en sus hogares y a que cada persona lleve puestos objetos benditos… porque si están armados contra Satanás, él los tentará menos” (Herzegovina, 1982).
Sacrificio y Penitencia
Nuestra Señora nos recuerda en todas sus apariciones la necesidad de llevar a nuestra vida el espíritu de sacrificio y penitencia. Es un recordatorio de las palabras de Jesucristo: “Quien no toma su cruz y me sigue no es digno de Mí” (Mc 10, 38). Cristo nuestro Señor no canceló el sufrimiento y la muerte que el hombre había causado con su desobediencia, sino que para redimirnos asumió el sufrimiento y pasó por la muerte y muerte de cruz, dejando a la cruz como medio de santificación; por tanto, no es posible un cristianismo sin cruz. Y asimismo lo dejó dicho Juan Pablo II: “No es que la cruz sea el mejor camino para llegar al cielo; es el único”. Sin embargo, hablar de mortificación, sacrificio y penitencia en estos tiempos, para muchos, incluso sacerdotes, parece locura o necedad, reminiscencias que no encajan con los adelantos de la época actual. También pudiera ser piedra de escándalo para aquellos que viven alejados de Dios; ya San Pablo escribió que la cruz era “escándalo para los judíos y locura para los gentiles” (I Cor 1, 23).
No obstante, este camino espiritual no ha pasado de moda, aunque hoy casi nadie lo practique; al contrario, porque casi todos han abandonado la cruz es por lo que el mundo está en una gran confusión espiritual y al borde del precipicio. Por tanto, o lo asumimos voluntariamente o nos vendrá impuesto necesariamente desde arriba, pues no hay ya otra forma para renovar al mundo. Es así que la Virgen Santísima nos invita a ofrecer nuestros sacrificios, en unión con su Hijo, al Padre Eterno. En un mundo donde todo invita a la comodidad, al placer, al aburguesamiento y al consumismo, el crecimiento espiritual se hace muy difícil y sólo el sacrificio y la penitencia nos ayudarán a recorrer el camino angosto que conduce a la salvación eterna.
Pero de igual modo, el espíritu de sacrificio ayudará para reparar tantos pecados propios y ajenos como se cometen en el mundo. De aquí se desprende el imperativo de ofrecer sacrificios como penitencia por nuestros pecados, para “pagar” la pena debida por los pecados, igual que el delincuente tiene que purgar una pena por sus delitos cometidos contra la sociedad.
“Para ayudar a mi Hijo a aliviar el peso de la cruz, les propongo que se sometan a la autodisciplina haciéndose partícipes de la purificación de la humanidad por la mortificación de los sentidos” (Sábana Grande, 1992).
Práctica del Ayuno
También María Santísima pide otro tipo de sacrificios voluntarios, como es el ayuno, así como hacer un esfuerzo por eliminar el exceso de televisión de nuestros hogares, el cigarro, las palabras vanas, el alcohol, etc., todos estos apegos que nos impiden el crecimiento espiritual. El ayuno es abstenernos de ciertos alimentos durante el día o varios días. Por ejemplo, los viernes no tomar más que agua o pan y agua. El ayuno no es solo ausencia de alimento sino presencia de Dios. Algunos mensajes al respecto dicen: “Díganles que ayunen y oren y Yo oraré con ellos y Jesús les concederá sus deseos.” “Por medio del ayuno y de la oración se pueden evitar las guerras y aún las catástrofes naturales. Todos, excepto los enfermos, deben ayunar” (Medugorie, 1982).
Además ciertos demonios –apegos, conductas, pecados, inclinaciones– sólo pueden ser vencidos con la oración y el ayuno (Mt 17, 21).
Meditar la Pasión de Jesús
La Santísima Virgen ha pedido También que meditemos en la pasión de nuestro Señor, mediante la devoción al Vía Crucis. En Garabandal, España, la Virgen lo pidió expresamente: “Meditad en la pasión de Jesús” (1965).
Lectura del Evangelio
No hay problema, duda, inquietud, motivación o preocupación ya personal o familiar que no encuentre respuesta sino en las palabras del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. La lectura diaria de unos minutos de la Sagrada Escritura, particularmente del Nuevo Testamento, así como del libro del Apocalipsis de Juan –que descubre los misterios del Reino de Cristo y del Plan de Dios para estos tiempos– será modelo y guía para imitar la vida de Jesucristo y seguir la luz de la Verdad.
Oración Mental y Meditación Contemplativa
La Santísima Virgen también hace un llamado continuo a hacer oración; Ella nos recuerda la necesidad de dedicar un tiempo específico para un coloquio más íntimo con nuestro Señor: “Estaría contenta –ha dicho la Virgen en Medjugorie– si en la familia se orara una media hora por la mañana y una media hora por la tarde. Sus trabajos irían mucho mejor” (1982).
El Evangelio nos relata muchas ocasiones en que nuestro Señor se retiraba a orar, porque es en la oración diaria donde se encuentra el origen de todo progreso espiritual y la fortaleza ante las pruebas y dificultades. Pero sobretodo, nos enseña a conocer y a amar a Dios. ¡No dejéis de orar –aconsejaba el Papa Juan Pablo II– la oración es un deber, pero también una gran alegría, porque es un diálogo con Dios por medio de Jesucristo!” (14 de marzo, 1979).
“Cuando oréis –dice Jesucristo– no seáis como los hipócritas, que gustan de orar de pie en las Sinagogas y en las esquinas de las calles, para exhibirse delante de los hombres… Tú, por el contrario, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, cerrando la puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto, y Él, que ve en lo escondido, te recompensará” (Mt 6, 5-6).
Otra forma de oración es la meditación contemplativa, practicada por los que quieren caminar por la vía mística, cerrando los sentidos naturales y dejando a Dios que guie nuestra alma para encontrarnos con Él en el mundo del No Tiempo y acceder así a las profundidades del mundo sobrenatural. Es el quehacer no de Marta, sino de María, “que escogió la mejor parte, y no le será quitada” (Lc 10,38). Dios puede ser amado, pero no puede ser pensado; puede ser percibido por el amor, jamás por los conceptos. ¡Sólo el Cristo Resucitado entró en puertas cerradas!
Vivencia de Virtudes y transformar el Corazón
Todo lo que pide la Virgen y exige la vida evangélica no serviría de mucho si no se concreta en la vivencia de las virtudes, principalmente en la más importante: la caridad. Podemos concretar las virtudes en aquellas que se contraponen a los pecados capitales:
humildad vs soberbia,
generosidad vs avaricia,
castidad vs lujuria,
paciencia vs ira,
templanza vs gula
caridad vs envidia
diligencia vs pereza.
Como vemos, no hay nada nuevo en su mensaje, es el llamado de siempre que Jesucristo nos hace a través del Evangelio, que a su vez la Iglesia como Madre siempre ha enseñado y que no es otro que la Voluntad del Padre: nuestra santificación, el ser santos; pero particularmente en este tiempo de grave crisis de fe en donde ponemos en peligro no sólo nuestra fe personal sino en grave riesgo nuestra salvación eterna, por las difíciles pruebas que vendrán en este final de los tiempos. Mandatorio es convertirnos en aposentos de luz, llamas encendidas y hostias vivientes para la Iglesia y para los demás, pues están a las puertas días de gran confusión, oscuridad y tribulación.
Apostolado diligente
Hay que evangelizar y llevar la palabra de Dios a los demás, según las condiciones de cada uno; el apostolado del S. Rosario, de las imágenes de María de casa en casa; consagrando a los demás al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María; formando a los demás sobre los tiempos que vivimos; defendiendo la vida y la familia establecida por Dios; anunciando el final de los tiempos y la conversión, con la voz –escribiendo, hablando– y con el ejemplo, etc. Apoyar al sacerdote en la comunidad; organizando grupos oración. Son tiempos de darnos a los demás pues el tiempo ya es muy corto y las profecías se irán cumpliendo.
Apóstoles de los Tiempos
El triunfo de la Iglesia vendrá por medio de María. Es el gran misterio de Dios y que se descubre en este tiempo. Ella está llamada a ser el Modelo de la Futura Humanidad, en la que, por medio de Ella y a través de Ella, según el Plan de Dios, todas las cosas serán jerarquizadas en Cristo. Pero María no lo hará sola, sino que con su talón aplastará la cabeza del dragón, y su talón son apóstoles de este tiempo, proféticamente anunciados por Luis María Grignion de Monfort en el Siglo XVII.
“María ha producido, junto con el Espíritu Santo, la cosa más grande que ha existido y existirá jamás (…): un Dios hombre. Y Ella producirá consecuentemente las cosas mayores que se darán en los Últimos Tiempos: la formación y la educación de grandes santos que existirán hasta el fin del mundo” (no. 35 Verdadera Devoción).
“…el Altísimo y su Santa Madre formarán grandes santos para sí, que sobrepasarán a la mayoría de los otros santos en santidad, como los cedros del Líbano sobrepasan a los pequeños arbustos”.
Y están en el silencio, en la humildad, en lo escondido del mundo trabajando para dar la gran batalla. Pero de estos hablaremos en otra oportunidad…
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