Uno de los grandes problemas en relación al pedido que María Santísima ha venido haciendo a todos sus hijos durante este tiempo es que se responde con mucho entusiasmo al primer llamado de la Madre, pero en la medida en que se acrecientan las dificultades y se acaba el amor primero, volvemos a nuestra vida habitual de tibieza espiritual, o lo que es peor, de alejamiento de Dios.
Desde hace mucho tiempo la Virgen nos ha pedido oración, sacrificio y penitencia y que practiquemos el ayuno corporal, pero hoy en día la realidad es que son muy pocos los que lo cumplen. Nos quedamos en un amor filosófico, sentimental o humanista que en nada contribuye a vivir el Evangelio de Cristo. “Por eso no todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre(…)” (Mt. 7, 21). Así pues, tenemos que edificar en roca y no en arena, y más tratándose de este proyecto de Dios.
Hay quienes piensan que como un regalo especial de la Virgen lograremos participar del Reino de Cristo, porque nosotros –se dice– no somos nada ni podemos nada; y eso es cierto en parte, pero no totalmente. Es necesario Edificar el Templo pues la Plenitud no se logrará gratuitamente. Es cierto que estamos viviendo una especial época de gracia de Dios como nunca antes la ha habido y que se están descubriendo grandes misterios divinos y que el cielo está dispuesto a “abaratar”, por expresarlo así, el Reino para que podamos participar y vivir en él, pues tal y como está profetizado “muchos últimos serán los primeros” (Mt. 20, 16). Pero es claro que quien quiere el fin, quiere los medios; y María Santísima como portadora de la encomienda tiene –y tuvo– la potestad de otorgar el gran privilegio, pues al igual que le “arrancó” a Jesús el primer milagro en las bodas de Caná, María le ha arrancado de nuevo a Su Hijo el milagro y privilegio de que hombres y mujeres de este tiempo, escogidos desde antes de su nacimiento, aceptando la encomienda y poniendo a Dios como prioridad en sus vidas, puedan alcanzar esta gracia maravillosa de participar y vivir en el Reino de Cristo en la tierra con todo lo que ello implica.
Gracias a sus mensajes auténticos hemos podido comprender mejor el plan de María para este tiempo; de su enseñanza y sus mensajes estamos en posibilidad de entender el proceso hacia la Plenitud, que es la encarnación del verbo de Dios en nosotros. Cuyo primer paso es la entrega y donación de nuestro ser a la Santísima Virgen para que Ella como formadora perfecta edifique en nosotros un nuevo ser que sea semilla digna de las futuras generaciones.
Perfección Septiforme de Dios
La plenitud de la vida cristiana sólo puede habitar en Dios quien es Orden Perfecto, o sea, la Unidad en la Multiplicidad, que se comunica a toda Su Creación. Toda la creación evoca la Perfección del Creador, y esa Perfección es Amor en todas sus manifestaciones, que por venir de la Perfección Absoluta se manifiesta en la abundancia espectacular del Orden en Plenitud, que da gloria al Altísimo.
Por eso el 7 divino es la suma del 3 + 4; el 3 que hace referencia a la vida de Dios, es decir, a la Trinidad, y el 4 que se refiere a la obra creadora de Dios y que se encuentra representada en los cuatro elementos de la naturaleza, es decir, fuego, aire, tierra y agua. Así entonces 7 es reflejo de Dios y su Creación.
Asimismo, si bien todo el simbolismo del número 7 se encuentra tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, resulta de particular importancia lo que fue la creación de los cielos y tierra, tal y como lo menciona el Génesis:
“Fueron, pues, acabados el cielo y la tierra con todo el ornato de ellos. El día séptimo terminó Dios la obra que había hecho; y descansó en el día séptimo (…) Y bendijo Dios el séptimo día y lo santificó porque en él descansó Dios de toda su obra que en la creación había realizado” (Gen. 2, 1 – 3).
También el número 7 simboliza la alianza hecha por Dios con el hombre y que se pone de manifiesto en el arcoíris, descrito por Juan en el Apocalipsis, tanto en el Trono de Dios (4, 3) como en el Ángel Poderoso que hace un juramento y que viene con el arcoíris sobre su cabeza (10, 1). Y dijo Dios:
“He aquí que Yo establezco mi pacto con vosotros y con vuestra descendencia después de vosotros (…) Pondré mi arco en las nubes, que servirá de señal de pacto entre Mí y la tierra” (Gen. 9, 9 y 13).
Por ello el arcoíris no es sólo símbolo de esa Nueva Alianza de Dios con el hombre, sino que también es una Alianza de Plenitud, de la verdadera santidad a la que el hombre está llamado desde el origen y que se encuentra representada en sus siete colores. Ya que a través de ellos Dios nos invita como criaturas suyas a retornar a ser Imagen y Semejanza suya, a volver a tener aquella Semejanza con Dios que Adán tenía cuando fue creado inocente y que perdió con el pecado, pues nosotros somos Imagen creada de Dios en nuestra propia naturaleza humana, de la misma manera que el Verbo de Dios es la Imagen increada y consubstancial del Padre. Sólo así se puede pues cumplir la Palabra de Jesucristo: “Sed pues perfectos como mi Padre celestial es perfecto” (Mt. 5, 48).
Es por eso que parte de la esencia natural de Dios está conformada por decirlo así en 7 formas, como los capítulos de un libro que nos ayudan a comprender mejor su lectura, así es la Perfección Divina. El número 7, tiene la misma connotación en la Sagrada Escritura, es decir, Perfección o Plenitud, de tal manera que la interacción de esta realidad septiforme de Dios nos debe llevar a la perfección humana y a la espiritual, que deben reflejar:
Santidad en Perfección del Ser
Orden en Armonía del Ser
Disciplina del Ser
Abundancia del Ser
Misticismo del Ser
Amor del Ser
Creatividad del Ser
Ahora bien, traemos a cuenta los nombres de las primeras comunidades de Asia Menor a quienes Juan se dirigía al escribir el Apocalipsis, comunidades de su tiempo y a la vez comunidades de la Historia de la Iglesia, tanto en el ámbito natural como sobrenatural y que tienen los nombres de:
Éfeso
Esmirna
Pérgamo
Tiatira
Sardes
Filadelfia
Laodicea
Estas 7 realidades del ser adecuadas a cada una de las 7 Iglesias del Apocalipsis evocan también un color del arcoíris multicolor que descompone el prismático perfecto de la Luz Blanca de Dios. Y también son custodiadas por cada uno de los 7 Ángeles representados en las 7 estrellas que están en la mano derecha del Hijo de Hombre, figura resplandeciente que se presenta a Juan en Patmos y que lo hace caer de rodillas (Ap. 1, 20).
Pero no se debe quedar sólo en lo místico sino que tenemos que aterrizar esta enseñanza en el proceso espiritual hacia la consecución de la Plenitud, que también debe basarse en un proceso de 7 etapas que van desde la negación del yo hasta la edificación del Verbo encarnado en nosotros, o sea la Plenitud.
Y pudiéramos seguir con la comparación de esta vida septiforme con los 7 Sacramentos y también las 7 Virtudes en contra de los 7 pecados capitales a saber:
Humildad vs Soberbia
Generosidad vs Avaricia
Castidad vs Lujuria
Templanza vs Gula
Caridad vs Envidia
Paciencia vs Ira
Diligencia vs Pereza
Dicho en el orden sobrenatural y místico, las 7 realidades del Ser deben ser la infusión de una Nueva Vida; son las que van moldeando la personalidad del Nuevo Ser, del ser sobrenatural. Es en el arcoíris que la luz blanca –como símbolo de la Plenitud– se descompone en sus 7 colores primarios básicos; y debe el ser, con su entrega diaria, volver a juntar los 7 colores para convertirlos en luz blanca. Es en el fluir de ese arcoíris, por cada color, por cada carisma, en que fluye la Perfección hacia el ser que al juntarse en él se convierte en luz blanca. Así un ser con sus 7 realidades debe ser reflejo de luz, santo de luz, imagen que comparte la luz de Cristo y se mira en el espejo de María para iluminar y vivir la Nueva Vida Eterna desde ahora, desde este mundo sobrenatural que habrá de prolongarse por toda la eternidad.
Se puede decir entonces que la esclavitud hecha a María, entre otras cosas, recibe unas gracias, unos carismas, que son (1)dones, (2)capacidades, (3)gracias, (4)sabiduría, (5)conocimientos, (6)aptitudes, (7))sensibilidad. Entre los hombres y Dios se han desarrollado estos carismas que reflejan el mundo de Dios, el arcoíris sobrenatural. Y llegan los tiempos en que María desea que surja este hombre nuevo, renovado, restituido para que sea en él el Verbo encarnado de Dios.
La Negación del Yo
Pero el plan de negación de uno mismo por medio del sacrificio es “vencer” el yo. El yo es la “planta baja” del edificio cuya planta alta es el “Nuevo Ser” o la “Nueva Estirpe”. Es aquello con lo que la gracia de Dios va a trabajar junto con nuestra voluntad, para transformar el “yo” en Nueva Estirpe. Cuando una persona quiere crecer espiritualmente, con la primera dificultad que se va a topar es consigo misma. Es nuestro propio yo el primer y gran obstáculo que debemos de vencer para comenzar a ascender en la vida espiritual. Es decir, es nuestra propia voluntad y el egoísmo lo que la mayoría de las veces resulta ser el principal obstáculo para crecer. Por tanto, el primer paso para lograr un crecimiento espiritual es eliminar completamente el egoísmo de nuestras vidas. La razón sobrenatural del que “yo” sea un obstáculo consiste en que no puede prevalecer otra voluntad sobre la Voluntad suprema de Dios.
La rebelión y caída de la primera creación de Dios, los ángeles, consistió en enfrentar otra voluntad contra la Voluntad de Dios. Satanás fue expulsado de la presencia de Dios por no querer servirle, en un acto de profunda soberbia; y de aquí arranca el origen del yo o egoísmo. Del mismo modo, el pecado original se comete por el egoísmo del hombre, pues no siguió el mandato de Dios sino la instigación de la serpiente.
El demonio remeda siempre el plan de Dios, y una clara prueba es que pretendió con la desobediencia del hombre engrandecer su propio yo; sin embargo el único que puede decir con autoridad Yo Soy, es Dios. Cuando se le reveló a Moisés en el Monte Sinaí y le pidió que se presentara ante el faraón y le pidiera la liberación del pueblo de Israel:
“Contestó Moisés a Dios: si voy a los hijos de Israel y les digo: el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros; cuando me pregunten: ¿cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés: Yo Soy el que Soy. Y añadió: así dirás a los hijos de Israel: Yo Soy me ha enviado a vosotros”.
De la cita anterior se infiere cómo Dios se presenta haciendo alusión a su Ser en su Yo. Es decir, Él es el único Yo que puede existir, pues Él es la Voluntad Suprema de toda la creación. La Esencia de su Ser es Existir. Es el único ser necesario, por ello no pueden coexistir “pequeños yo” que se le enfrenten, sólo puede prevalecer la Voluntad de Dios y a ella se someten todas las criaturas.
Con este antecedente, Jesucristo nos reitera claramente que para poder seguirlo tenemos que aniquilar el yo: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo” (Mt 16,24).
Pues bien, el crecimiento espiritual también se va a desdoblar en 7 etapas o planos que deben llevarnos a la negación y purificación de nuestro ser trino: cuerpo, entendimiento y alma. Dicho en forma simple, recordemos que Dios creó al mundo en 7 días o pudiéramos decir tiempos. Y pudiéramos decir que el hombre, con su caída, descendió simbólicamente de un cierto plano de santidad y casi perfección e inmortalidad, hasta un plano de egoísmo, imperfección y muerte. Este regreso de la imperfección a la perfección es a lo que simbólicamente podemos denominar siete planos de crecimiento espiritual. Es una cuesta arriba, pues con sacrificio y penitencia el hombre tendrá que subir, siguiendo las huellas de Cristo. Tendrá que vencerse a sí mismo, vencer sus vicios y pasiones, tomar su cruz y seguir a Cristo. Jesucristo, que era Dios y no tenía pecado, para subir al Padre y abrirnos las puertas del cielo, lo hizo por la vía del sacrificio hasta la muerte y muerte de cruz. Él hizo un Sacrificio Perfecto con un Amor Perfecto para conseguir la Redención. Los hombres, del mismo modo, tendrán que ir subiendo o creciendo por etapas hasta llegar a la Plenitud. De esto nos ocuparemos en un artículo posterior.
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