Por varias razones México tiene una gran trascendencia dentro del plan de Dios para el futuro de toda la humanidad. La aparición de la Virgen de Guadalupe en el año de 1531 marca un signo providencial importantísimo para nuestra patria en el desarrollo del plan de la salvación. Además, recordemos que el Papa Pío XI proclamó en la encíclica Quas Primas del 11 de diciembre de 1925 la fiesta litúrgica de Cristo Rey, consolidando la doctrina social cristiana y manifestando la voluntad divina de alentar la Civilización del Amor, apresurando a facilitar la acción del Cielo para proclamar el reino social de Cristo, reconociendo públicamente su derecho a reinar en la sociedad de los hombres, con ellos y por ellos. Pocos días después, el grito de ¡Viva Cristo Rey! se oye en el mundo, lanzado por primera vez por las gargantas del pueblo católico. Los campesinos mexicanos, aún sin apoyo de la Iglesia, y con la sola fe sencilla de su catolicismo tradicional, entregaron la sangre para defender su religión y su fe en la promesa: ¡Reinaré!
El himno a Cristo Rey, anónimo nacido del alma popular, es un canto auténticamente mexicano, y que contiene un anuncio de la Civilización del Amor en la que vaticina: “Habrá por fin paz y bonanza, felicidad habrá por doquier.” La heroicidad del católico mexicano se agigantó al verlo luchar por la promesa del reino de Cristo, contra la furia masónica traidora a su patria y servil obediente al gobierno anticristiano y masónico de los Estados Unidos.
Dice el himno a Cristo Rey: “¡Tú reinarás! Este es el grito que ardiente exhala nuestra fe. ¡Tú reinarás! Oh Rey bendito pues tú dijiste: ¡Reinaré! Reine Jesús por siempre, Reine en nuestro corazón, en nuestra patria, en nuestro suelo, que es de María la nación. ¡Tú reinarás!, dulce esperanza que al alma llena de placer; habrá por fin paz y bonanza felicidad habrá por doquier ¡Tú reinarás!, dichosa era, dichoso pueblo con tal Rey, será tu cruz nuestra bandera, tu amor será nuestra ley. ¡Tú reinarás! En este suelo, te prometemos nuestro amor, ¡Oh buen Jesús!, danos consuelo en este valle de dolor. ¡Tú reinarás!, reina ya ahora en esta casa y población, ten compasión del que te implora y acude a Ti en la aflicción. ¡Tú reinarás! Toda la vida trabajaremos con gran fe, en realizar y ver cumplida la gran promesa ¡Reinaré!”
Resultan providenciales y proféticas las estrofas de este himno popular mexicano que se cumplirá indefectiblemente. Y así pues, cabe entonces a México ser la primera nación en todo el mundo que proclamó a Cristo Rey. Y esto por una razón concreta: México está destinado providencialmente a un papel de servicio vital en el triunfo del reino de Dios y del Corazón Inmaculado; porque esta nación que fue creada por Dios para Santa María de Guadalupe, Ella la quiere para Cristo, y así se hará realidad la esperanza cifrada en el continente americano. De América cristiana, liderada por México, crecerá el germen de la Civilización del Amor a todo el mundo.
Viene a confirmar lo anterior el mensaje de la Santísima Virgen al Padre Esteban Gobbi el 5 de diciembre de 1994, en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe:
“Te confirmo hijo mío que de esta nación, de México, empezará el triunfo de mi Corazón Inmaculado hacia todo el mundo. Como en mis ojos permanece impresa la imagen del pequeño Juan Diego, a quien me aparecí, así también vosotros estáis impresos en los ojos y en el corazón de vuestra Madre Celestial. México, tierra especialmente protegida y bendecida por mí…Por eso comenzará desde aquí mi gran victoria contra todas las fuerzas masónicas, para el mayor triunfo de mi hijo Jesús…”
Un hecho muy singular y providencial fue el referente al primer viaje que el Papa Juan Pablo II hizo en su pontificado, en vías de la construcción de la Civilización del Amor, precisamente al Tepeyac, donde el Cielo hizo lo que no ha hecho con ninguna otra nación. Y fue para la Virgen de Guadalupe la oración del Quinto Centenario de la Evangelización de América, en la que Juan Pablo II pide se instaure en este continente la Civilización del Amor. En efecto, el Papa rezaba de la siguiente manera:
“En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, Amén. Señor Jesucristo: hace quinientos años que tu Evangelio llegó a nuestra tierra. Desde entonces América Latina cree en ti. Esa fe es nuestro tesoro; riqueza que nos alegra aún en medio del dolor y la pobreza. Porque es fuente de una dignidad divina que nadie ni nada nos podrá arrebatar. Porque es un llamado a ser hijos de Dios, a amarnos como hermanos y ser familia tuya en la Iglesia. Porque es esperanza de vida eterna y también de un mundo mejor aquí en la tierra, si aprendemos a ser fieles a tu Evangelio. Perdona, Señor, nuestras muchas traiciones, perdona nuestra poca fe y auméntala. Hazla fuerte y fecunda como la de María, tu Madre, Ella es también la madre común de nuestros pueblos. Por su intercesión, concédenos la fe necesaria para construir en nuestro continente la Civilización del Amor. Amén.”
La Virgen de Guadalupe
Resulta fuertemente llamativo el hecho de que ya desde el siglo XVIII se nota un marcado guadalupanismo en ciertas obras de literatura religiosa, vinculando precisamente a la Virgen de Guadalupe en su misión trascendental al Fin de los Tiempos, en su lucha en contra del Anticristo, y en la misión que el último Papa romano deberá desarrollar en México. Quiero citar textualmente un par de obras guadalupanas del siglo XVIII denominadas “Eclipse del Sol Divino, causado por la interposición de la Inmaculada Luna María Señora nuestra, venerada en su sagrada imagen de Guadalupe”, (y que fue también un sermón pronunciado por un religioso agustino en el santuario de Guadalupe de Valladolid de Michoacán, editado en 1742). Y “La Celestial Concepción y nacimiento mexicano de la imagen de Guadalupe” (sermón pronunciado el 12 de diciembre de 1749). He aquí el resumen de las ideas de estos textos guadalupanos que se recogen en el libro de Jacques Lafaye “Quetzalcóatl y Guadalupe” de Fondo de Cultura Económica:
“La Virgen María, en su imagen de Guadalupe aparecida a los mexicanos representado por un humilde neófito, habría dotado a los “americanos” de un carisma de identificación de María con la mujer del Apocalipsis. Al referirse a las profecías atribuidas al apóstol San Juan, dejaban ver en la mariofanía del Tepeyac el anuncio del Fin de los Tiempos, o por lo menos, de la Iglesia de Cristo, a la cual subsistiría la Iglesia Parusiaca de María. Del mismo modo que Dios había elegido a los hebreos para encarnarse Jesús, su Hijo, del mismo modo, María, la Redentora del Final de los Tiempos, la que iba a triunfar sobre el Anticristo, había elegido a los mexicanos.”
Otro de los autores característicos de este guadalupanismo del siglo XVIII fue el Padre Carranza, jesuita, autor del Traslado de la Iglesia a Guadalupe (1749), del que también extraemos esta frase citada por el mismo autor Lafaye: “La imagen de Guadalupe será, a fin de cuentas, la patrona de la Iglesia Universal, porque es en el Santuario de Guadalupe donde el Trono de San Pedro vendrá a hallar refugio al Final de los Tiempos…”.
Como por otro lado la venida del Anticristo y el Fin de los Tiempos se veían cercanos, el argumento tenía pleno valor. De ahí se infiere otra conclusión: “México, nueva Roma”. Estas citas que hemos mencionado nos indican claramente que ya existe, inspirado por Dios, la presencia trascendente de la figura y mensaje de la Virgen de Guadalupe en este continente, y en particular en México, en los momentos difíciles para la fe, y decididamente, para el Fin de los Tiempos.
Existen una serie de consideraciones que relacionan de manera general lo que ha sido María Santísima a través de los signos de la Virgen de Guadalupe y que me parece interesante expresar a continuación: La Santísima Virgen de Guadalupe aparece en el invierno de 1531 a un indígena llamado Cuauhtlatóhuac (Águila que habla) y su nombre cristiano fue Juan Diego, y pide Ella que se le construya un templo para en él derramar sus gracias al pueblo de México, y bendice así mismo el agua de un pozo natural cercano. Dejó plasmada Su Imagen en el Ayate de Juan Diego, hecho de tela burda de fibra de maguey y los colores no son conocidos en la naturaleza ni se explica cómo la tela ha podido conservarse después de casi 480 años. Esta imagen misteriosa nos dice lo siguiente:
“Soy la siempre Virgen María, la que pisa la serpiente de piedra” (significado de Guadalupe o Tecoátltlacoatzecu, que significa la Mujer que pisa la serpiente, y Guadalupe, en árabe, que significa río de luz). También nos pudiera decir: “Soy más grande que el sol pues lo cubro, más grande que la luna pues en ella pongo mis pies, y soy esclava y reina pues mi cinturón significa obediencia al igual que mi actitud, pero mi manto es azul verde, al igual que el color de los penachos sagrados del emperador azteca. Piso la luna negra, que es una luna muerta, símbolo del pecado. Tengo bajo mis manos el cinturón y listón que ciñe al pecho por encima del vientre; estoy embarazada, a media gestación pues daré a luz una nueva estirpe de cristianos verdaderos que serán mis hijos junto con Jesucristo y darán la última batalla y la ganarán en contra del demonio y del Anticristo.
La flor jazmín de cuatro pétalos que llevo en el vientre es signo de mi embarazo, significa también a Venus, la estrella de la mañana y Yo soy la esclava del Señor y la reina de la Iglesia, y me someto a la Voluntad de Dios y su deseo es mi deseo. Las cuarenta y seis estrellas sobre mi manto son los cuarenta y seis años de mi vida hasta la redención y los cuarenta y seis años que tardó en construirse el Templo de Jerusalén. Yo soy ese templo donde vendrán a refugiarse los apóstoles de los Últimos Tiempos, mis hijos nuevos; ellos vivirán protegidos debajo de mi manto y vivirán en mis Virtudes. Soy más grande que la creación, pues en ella estuve presente, nada hay oculto para mí, tan sólo la última hora del juicio final que sólo Dios Padre conoce. Mi actitud es de oración, de sumisión, de entrega, de silencio, de obediencia, de recato, de decencia, de todas las virtudes y eso pido que imiten en mí.
Tengo una mano clara y otra morena, en ello quiero significar que uno dos culturas diferentes, dos razas en una sola a través del mestizaje y doy a luz una nueva generación de la cual prevalecerán en el mundo muchos que hayan puesto a Dios como prioridad y hayan entendido mi mensaje y lo hayan vivido. Mis ropas son las de una reina y tienen armiño en cuello y puños; soy Reina por la gracia y regalo de Dios. Tengo ciento cuarenta y cuatro rayos que me rodean; son la medida del Templo Santo de los Últimos Tiempos, pues soy ese Templo, y en Mí tendrán refugio los ciento cuarenta y cuatro mil sellados; ellos serán partícipes de mi Broche, y reinarán conmigo y mi Hijo hasta el fin del mundo, después tendrán un lugar de privilegio en la gloria eterna, y serán llamados Vencedores.
Estoy viva; mis pupilas reflejan el momento exacto en que me di a conocer a Fray Juan de Zumárraga; estuve presente y me retraté en ese momento. Mi boca está siempre cerrada, indico así el silencio y oración interna hacia Dios de forma constante. El manto azul verde significa el mundo sobrenatural en el cielo y la protección divina; la túnica rosa significa el mundo sobrenatural en la tierra. Las flores en forma de nariz significan nueve cumbres ubicadas en el eje volcánico de México y crecen del manto unidos y hacia arriba, lo cual indica que la oración y el sacrificio nos hará llegar a la cumbre, más cerca de Dios; este será nuestro camino y crecer hacia Dios, como frutos espirituales que buscan la perfección y la plenitud de Dios. El color rosa es semejante al color de la carne del salmón, este pez nada en contra de la corriente, hacia alturas, a lugares fríos, donde nace el río, sus afluentes, y en ese lugar desovan para que sus crías inicien un nuevo ciclo, una nueva vida. Eso significa que nosotros, al igual que el salmón, debemos nadar en contra del mundo y lo que él ofrece, buscar lo sobrenatural, lo excelso, lo divino, lo difícil, lo que nos lleva a ser grandes y mejores, por el sacrificio y la humildad. Un ángel sostiene el cielo y la tierra, el manto y la túnica, ese ángel nos une a los hombres con lo divino que es Dios; une lo sobrenatural con lo natural.
Escatología Guadalupana
La imagen es una maravilla. La Nueva Jerusalén simbolizada por las 46 estrellas del manto de la Virgen de Guadalupe refleja el Nuevo Templo, la Iglesia fiel del Final de los Tiempos. Esta nueva Jerusalén es la Santísima Virgen María, pues en Ella está Dios, porque Ella es el Templo mismo de Dios, donde habitó siempre, donde mora el Espíritu Santo, del cual ha brotado la vida. En Ella se encuentra la Trinidad Eterna porque Ella es Hija, Madre y Esposa de Dios. Ella no necesita ni de la luz ni del sol porque Ella es iluminada desde adentro por la gloria de Dios, y su lámpara es Jesucristo.
Así entonces, México cumple un papel trascendental y prioritario en el futuro de la humanidad en los próximos años venideros y particularmente, en el desarrollo de la Civilización del Amor. Y como toda gran obra y misión que Dios encomienda al hombre y a las naciones, se requiere una preparación espiritual profunda para fortalecerse al momento de la batalla. Así es que México tendrá que pasar por una horrorosa prueba en breve, que le va a acrisolar y purificar para poder afrontar la responsabilidad que Dios le ha encomendado a esta gran nación, a este gran pueblo y a este gran territorio, que pareciera estar místicamente vinculado a aquél que el Génesis nos describe como la tierra del Edén en que se cometió el primer pecado en la historia de la humanidad. Y del mismo lugar en que se cometió el primer pecado, del mismo lugar habrá de surgir el triunfo y la restitución del reino de Dios en el mundo, a través de esa imagen de la Virgen de Guadalupe que con su pie virginal pisa la luna negra, las tinieblas.
Es así como entendemos que María Santísima, por disposición de Dios Todopoderoso, haya puesto su pie virginal en esta tierra. Que el Espíritu Santo nos haga entender y comprender la trascendencia de la misión que el Cielo le ha encomendado a México. Que así sea
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