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La Crisis de Fe en la Iglesia

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"...además de la gran visión del sufrimiento del Papa, que podemos referir al Papa Juan Pablo II en primera instancia, se indican realidades del futuro de la Iglesia, que se desarrollan y se muestran paulatinamente. Por eso, es verdad que además del momento indicado en la visión, se habla, se ve la necesidad de una pasión de la Iglesia, que naturalmente se refleja en la persona del Papa, pero el Papa está por la Iglesia y, por tanto, son sufrimientos de la Iglesia los que se anuncian". (Sobre el Secreto de Fátima. Benedicto XVI. 12 de Mayo del 2010)

En cierta ocasión en la región de Cesarea de Filipo, el Señor Jesús miró el terreno sobre el que se alzan unas rocas. Entonces se acercó a una de ellas, puso la mano sobre una piedra grande y les preguntó a sus discípulos:¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre  Ellos contestaron:  Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profeta. Y Él les dijo Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo. Los apóstoles se miraron unos a otros sin saber qué contestar, entonces Simón, el pescador, tuvo una iluminación mental y todo lo vio muy claro; y respondió:  Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús le replicó: Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no ha sido ni la carne ni la sangre quien te ha revelado esto sino Mi Padre que está en los cielos. Y Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra – que en ese instante tocaba Jesús con su mano derecha –  edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán en contra de ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos y cuanto atares en la tierra, será atado en los cielos; y cuanto desatares en la tierra, será desatado en los cielos. Mt, 16, 13-18 . Todos dejaron de mirar a la roca y voltearon su mirada al pescador que desde aquel momento fue la Roca, es decir, el depositario de las llaves del Reino; y fue entonces que Jesucristo fundó Su Iglesia y designó personalmente a Su Vicario, al primero de ellos que fue Pedro, extendiéndose a lo largo de veinte siglos hasta llegar al actual, Benedicto XVI...

En este texto que hemos citado, contenido dentro de la Revelación de Jesucristo, ha quedado en claro que indefectiblemente por Promesa Divina  las puertas del infierno no prevalecerán en contra de ella; es decir, que la Iglesia permanecerá hasta el último día,  el día final. Pero su permanencia no será sin lucha pues precisamente será acosada, atacada y enfrentada contra lo que Cristo llamó  las puertas del infierno. A estas  puertas del infierno los Padres de la Iglesia han plenamente identificado con los Poderes del Mal, con los poderes de las tinieblas, cuya cabeza es un poderoso ángel caído conocido como Satanás, real, personal y actuante; y tras de él millones y millones de seres infernales de naturaleza angélica como él. Así pues, las puertas del infierno  son los Poderes del Mal, mal que como reafirmamos no es abstracto, impersonal, sino detentado por el Maligno, quien sabedor que le queda poco tiempo, anda como león rugiente tratando de despedazar a la Iglesia de Cristo y a todos los hombres de buena voluntad, incluidos principalmente los cristianos.  Ahora bien, el Concilio Vaticano II confirma esta realidad en su constitución Gaudium et Spes en cuyo número 13 se lee:  Toda la vida humana, la individual y colectiva, se presenta como una lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas .

Es decir, el Concilio interpreta que toda la vida humana, ya individual o colectiva, es una lucha dramática entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas; y lo confirma en el número 37 de la misma constitución citada:  A través de toda la Historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final . Es pues la batalla entre Cristo, por medio de Su Iglesia y a través de Su Vicario Pedro y los Papas que legítimamente le han sucedido, contra el Poder de las Tinieblas por medio del Príncipe de este mundo, Satanás, que reside en las puertas del infierno.

La Permisión del Mal

La profecía anunciada desde Fátima por la Santísima Virgen, con gran dolor y sufrimiento, no es sino consecuencia del misterio del mal o misterio de iniquidad que obra desde el principio. El por qué Dios permite el mal es parte de un gran misterio. Hay quienes dicen que Dios es malo porque permite el mal, permite la desgracia humana, el hambre, las pestes, las enfermedades y, en general, todas las injusticias que vivimos desde siempre. Sin embargo, Dios no es malo, no, sino todo lo contrario, Dios es bueno. Más aún, es la bondad misma. Por eso es conveniente dejar en claro y recordarle a muchos lectores un punto fundamental respecto a este tema: Dios no creó el mal. Dios todo lo hizo bueno, bello y verdadero. Este misterio del mal arranca con la caída de los Primeros Padres, Adán y Eva, cediendo a la tentación de la serpiente, quien en ese instante representaba a Satanás o Lucifer, cabeza en la rebelión de los ángeles. A su vez, el mal entró a la historia, como consecuencia de la rebelión de un ángel que no quiso servir a Dios y que junto con otros ángeles se negó a amar a Dios.  Así pues, aunque Dios no es causa del mal, Dios lo permite para sacar grandes bienes. En otras palabras, ―Dios ha juzgado que sacar bien del mal es mucho mejor que no permitir la existencia de ningún mal. Pero así como Jesucristo con Su Pasión y Muerte ha vencido a Satanás; la Iglesia, llegada la hora de sus tinieblas, habrá de vencer de igual manera, para preparar así el triunfo del reino de Cristo en la tierra, tal y como la muerte de Jesús en la cruz preparó su triunfo personal y dio lugar a la Redención del género humano. El ejemplo de Jesucristo en su vida terrena ha de servir para triunfar en la hora de la prueba. Ya San Agustín dice que  Jesucristo ha sido tentado para que el cristiano no fuese vencido por el tentador, y vencedor Jesucristo, fuésemos nosotros también vencedores Obras. Ed. Bilingüe. BAC Madrid. 1967 .

Por tanto, es conveniente saber y tener presente que se avecina una gran tentación para la Iglesia, y una gran prueba, la más terrible de todas, pero que por la revelación hecha por Dios mismo, sabemos que la Iglesia saldrá vencedora, a pesar de su aparente muerte. Así entonces, quien prescinda de la acción diabólica no podrá jamás entender lo que significó la Pasión de Cristo y lo que significará la Pasión de la Iglesia, cuando haya de pasar ésta por su hora de tinieblas. Del Evangelio advertimos que la hora de la Pasión de Cristo, la hora del poder de las tinieblas, viene determinada por el Padre con el consentimiento de Jesús: ―Buscaban prenderle... pero aún no había llegado su hora.( Jn VII, 30); y Jesús llegada la hora se entrega voluntariamente y afirma que nadie le arrebata la vida sino que Él mismo la da espontánea y libremente:  Yo doy mi vida por mis ovejas... (Jn X, 15 ). Con un bautismo de sangre tengo que ser bautizado y ¡cómo me consumo hasta que se realice! ( Lc XVII, 50)

Del mismo modo, aunque con mayor duración e intensidad, la Iglesia ha de estar expuesta a la potestad de las tinieblas, a la acción del príncipe de este mundo; y en la medida en que le llegue su hora, ya inminente, la lucha se hará más violenta tal y como lo pone de relieve el Apocalipsis en sus capítulos XII y XIII, de los que dijo Lucía que era necesario leer y entender para comprender el significado y sentido del Secreto de Fátima. Y así como en la Pasión de Cristo todo parecía perdido a los apóstoles, aún cuando en ese momento se gestaba la Redención del género humano y la Glorificación del Padre en su Hijo Jesucristo; de la misma manera le va a suceder a la Iglesia: cuando aparezca como muerta y sepultada más cercana e inminente estará la hora de su resurrección.

Lo que ahora vamos a denunciar es precisamente toda la prueba que le viene a la Iglesia y que constituirá su pasión, necesaria para que el reino de Cristo se haga realidad en la tierra.  Resultan ahora muy esclarecedoras las palabras que el Papa Juan Pablo II dijera en el año de 1980 en Fulda, Alemania Occidental, cuando contestaba a la pregunta que le hacían los periodistas sobre el futuro de la Iglesia en relación al Secreto de Fátima:  Debemos prepararnos para sufrir dentro de no mucho grandes pruebas, que exigirán de todos nosotros la donación de la propia vida (martirio) y una dedicación total a Cristo y por Cristo. Con vuestra oración y la mía es posible mitigar nuestra tribulación, pero no será posible evitarla, porque sólo así la Iglesia podrá ser efectivamente renovada... cuántas veces de la sangre ha brotado la renovación de la Iglesia. Esta vez tampoco será de manera distinta. Debemos ser fuertes, prepararnos, confiar en nuestro Señor y en su Madre Santísima y ser asiduos, muy asiduos, al rezo del Santo Rosario. Revista Sol de Fátima de octubre de 1983.

Las Tempestades de la Barca

A lo largo de los veinte siglos de cristianismo las tempestades por las que ha pasado la Barca de Pedro han sido innumerables y de todas ha salido avante. Fue en el siglo XIV cuando se empezó a sembrar la semilla de lo que más adelante generaría una gran confusión en el orden intelectual y posteriormente en el moral y religioso. La filosofía empieza a darle un valor exclusivo a la ciencia, y paulatinamente a la razón, llevando consigo el establecer como único  criterio de verdad a la sola inteligencia humana. Esta confusión tiene su origen ya desde la caída de los primeros padres cuando éstos quisieron ser como Dios sin la necesidad de Él. Cuando se piensa que el hombre tiene la inteligencia para ser como Dios, el diablonos impulsa a dejar que la razón domine nuestra fe, que la lógica se imponga y supere a la fe sobrenatural, y sea la soberbia humana la que guíe nuestra inteligencia, a través del orgullo del intelecto humano. La subversión de la mente nos lleva a alejarnos de Dios. El conocimiento de las cosas nos aleja de Dios y la fe nos acerca; si los hombres piensan que tienen soluciones para su propia vida, entonces no hay razón para comunicarse con Dios.

La confianza en sí mismo mediante la fuerza de la voluntad se convierte en un punto central, y suprime toda necesidad de unión con Dios. La oración, la Iglesia, las Escrituras y los sacramentos pueden entonces ser desechados.  Y fue precisamente que en los siglos XVIII y XIX esta filosofía de racionalismo e independencia vino a envenenar los cimientos de la fe católica. La Ilustración y el Racionalismo produjeron pensadores como Rousseau, Voltaire y Diderot, quienes colocaban la razón por encima de la fe. Este racionalismo filosófico llevó al culto de la diosa razón. Voltaire, la figura de más influencia de la Ilustración, fue aquel reformador que lanzó el dicho ―¡Ecrasons l' infame! ―¡aplastad al infame! -refiriéndose a Cristo y a su Iglesia. Este movimiento que ha sido el más anticristiano de la historia, trajo un sinnúmero de herejías que hasta los días de hoy han hecho un gran daño a la fe de la Iglesia, como el liberalismo, el naturalismo, el racionalismo religioso, el positivismo, el secularismo, el humanismo secular, el indiferentismo, el individualismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo teológico, el feminismo radical, el agnosticismo, el ateísmo, el panteísmo, y todas las ideas que están refundidas en el movimiento conocido como la New Age.  Esta mezcla de sistemas filosóficos modernos rechazó toda la filosofía perenne de la Iglesia y produjo un gran número de errores respecto a Dios, Jesucristo, la Iglesia, el pontificado, el dogma, la moral y los sacramentos. Pero es preciso que nos centremos en nuestro estudio particularmente en el siglo XX, pues es en este tiempo donde los tambores del Anticristo han resonado con más fuerza.

Precisamente el Papa León XIII ya visualizaba los primeros vientos de la primera de las herejías  del siglo XX: el modernismo, que como toda herejía no venía del exterior sino que era una agresión lanzada desde el interior de la Iglesia. Lo que los modernistas pretendieron era interpretar la doctrina católica según los moldes culturales y humanos de los tiempos modernos. Comenzaremos por San Pío X, quien en una luz clarividente decía en 1907:  Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos el silencio, es la circunstancia de que al presente no es menester ya ir a buscar a los fabricadores de errores entre los enemigos declarados; se ocultan, y esto es objeto de grandísima ansiedad y angustia, en el seno mismo y dentro del corazón de la Iglesia. Enemigos, a la verdad, tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados. (Pascendi; citado por Encíclicas Pontificias, 1832-1965).   El Santo Pontífice aclara que prescinde de las intenciones reservadas al juicio de Dios, pero, objetivamente, se comportan como enemigos de la Iglesia porque traman su ruina  no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, agrega, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia; estos autores han aplicado el veneno no a las ramas del árbol ni a los renuevos sino a la raíz misma y a sus fibras más profundas. (4ª ed., P. Federico Hoyos, 2 vols., Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1963; la Encíclica en el vol I, p. 781-813)

Hay que estar ciegos para no captar la profundidad y penetración sobrenatural y profética que tenía Pío X, quien ejercía su misión de guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la Santa Fe. Por eso le era imposible guardar silencio. De ahí pues el ataque preventivo que veía el Papa contra el modernismo, ―no es tanto un sistema de doctrina herética cuanto un modo herético de pensar". (Joseph Lortz, Historia de la Iglesia, p. 606. Madrid, 1962 ) Es precisamente ese modo el que actúa  en el seno mismo y dentro del corazón de la Iglesia". San Pío X se anticipaba sesenta y cinco años a la advertencia de Pablo VI:  Se diría que a través de alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el Templo de Dios" y ha  sofocado los frutos del Concilio Vaticano II. Allí está el peligro señalado por San Pío X:  en las entrañas mismas de la Iglesia". El Santo Pontífice, cuatro años antes de la Pascendi, había trazado el camino cuando en su primera encíclica declaró que vigilaría  con diligencia suma el  Sagrado Depósito de la Fe (I Tim 6, 20 y  Enc. Pontificias. E supremi Apostolatus Cathedra, nº 6.

En su primera encíclica, San Pío X sostiene que la sociedad ha sido atacada por la enfermedad más grave y profunda: la apostasía, enfermedad mortal a la que hay que poner remedio; quizá esta deserción y apostasía  sea como un anticipo y comienzo de los males que estaban reservados para el fin de los tiempos"; por eso se combate lo esencial, la religión en cuanto tal, los dogmas de fe y toda comunicación con Dios;  es la característica del Anticristo que usurpa el lugar de Dios" (II Tes 2, 4). Aunque sepamos que así la victoria de Dios está más cerca cuanto más sufrimos la derrota no nos exime del deber de apresurar la obra de Dios". Este retorno desde la apostasía no se obtendrá jamás sino por Jesucristo" San Pío X es lúcidamente consciente de que el modernismo teológico que debe enfrentar es fruto de un prolongado proceso histórico-doctrinal que ha comenzado en el siglo XIV y culminado en el siglo XIX, pero que alcanzará su remate y aparente victoria en el siglo XX; y nosotros ahora concluimos que el siglo XXI será el de la madre de todas las batallas, pero también aquél en que todo se restaurará en Cristo, bajo Su Potestad Soberana. (Ef 1, 10)

Pero también Pío X en su encíclica Notre Charge Apostolique, Nuestro Mandato Apostólico, de 25 de agosto de 1910, había detectado ya un gran movimiento para organizar la apostasía en cada país para el establecimiento de Una Iglesia Mundial la cual no tendrá ni dogmas, ni jerarquía. . . bajo el pretexto de libertad y dignidad humana. ( # 4)

En resumen, algunos de los errores del modernismo que fueron condenados por el Papa San Pío X son los siguientes:

1. la fe está sometida a la ciencia;   2. la Iglesia y el Estado deben estar separados, pero la Iglesia sometida al Estado;   3. la Iglesia y los sacramentos no fueron fundados directamente por Cristo;   4. los sacramentos son simples signos o señales;   5. la Biblia tiene muchos errores respecto a las ciencias y a la historia;   6. Cristo mismo se equivocó abiertamente al manifestar el tiempo de la venida del Reino de Dios;  7. los dogmas de la Iglesia contienen abundantes contradicciones;    8. la resurrección de Cristo no fue un hecho debidamente comprobado en el orden histórico;      9. Cristo no estuvo siempre consciente de su dignidad mesiánica.

Por su parte Pío XI diría:

Con Dios y Jesucristo excluidos de la vida política, con la autoridad derivada no de Dios sino del hombre,... la razón primordial de la distinción entre quien gobierna y quien está sometido ha sido eliminada. El resultado es que la sociedad está tambaleándose hacia su ruina porque ya no tiene más una fundación segura y sólida. (Quas Primas # 17)

Y traemos lo que dijo el entonces Secretario de Estado de Pío XI, Mons. Pacelli: Escucho a mi alrededor a los innovadores que quieren desmantelar la Capilla Sagrada, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar sus ornamentos, hacer que se arrepienta de su pasado histórico... Vendrá un día en que el mundo civilizado renegará de su Dios, en el que la Iglesia dudará como San Pedro dudó. Estará tentada a creer que el hombre se ha convertido en Dios, que su Hijo no es más que un símbolo, una filosofía, como tantas otras y en las iglesias los cristianos buscarán en vano la lamparilla donde Dios los espera, y como María Magdalena, gritarán ante la tumba vacía: ¿Dónde le han puesto?

Luis Eduardo López Padilla

3 de Junio del 2010

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