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La Iglesia Divina y Humana en el Plan Salvífico de Dios

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¡Qué confusión! Qué lamentable discernimiento de las profecías; no sólo las bíblicas sino particularmente las llamadas privadas.

Por exceso o por defecto la confusión es alimentada tanto por la incapacidad de no discernir los signos de los tiempos y anunciar desde las cátedras, púlpitos, medios de comunicación, redes sociales “que no pasa absolutamente nada y que esta época nada tiene que ver con llamadas o anuncios apocalípticos”; como por aquellos que desde las mismas atalayas en todo quieren ver “conspiraciones, guerras mundiales, cismas, sedes vacantes, herejías, antipapas”, con la manía de querer adelantar sucesos y eventos profetizados en el aquí y ahora, provocando con ello un descrédito profético, que el tema escatológico se relaje y quede manifiestamente ridiculizado.

Lo anterior no pasaría de ser anecdótico si no fuera porque está en juego el destino eterno de las almas. Finalmente la profecía tiene un propósito y ese don a quien se le ha legado tiene como objetivo alertar, señalar y preparar el cuerpo, alma y espíritu del ser para los eventos anunciados de parte del Cielo, cuya finalidad es facilitar el cumplimiento de la Voluntad de Dios en cada uno y cimentar el camino hacia la salvación eterna. Lo mismo ocurrió con los profetas del Antiguo Testamento que llamaban a la conversión, como el anuncio del Nacimiento del Mesías y principalmente la profecía referente a Su Parusía o Manifestación en el Final de los Tiempos con todos los eventos que le han de preceder, que serán la mar de terribles y la mar de esperanzadores.

Debo reconocer que desafortunadamente el que esto escribe, hace unos años, también fue probado en estas circunstancias y en ciertos casos no superé la prueba. Por eso, pasada esa amarga y dolorosa experiencia su servidor se ha vuelto mucho más estricto en el discernimiento y a la vez más prudente para sopesar con sentido común y a la luz del Espíritu Santo la miríada de eventos y sucesos que conforman este periodo histórico que ocurrirán en los próximos años, que serán muy largos en sufrimiento, angustia, prueba, lucha, dificultad pero por encima de todo esperanzadores, porque la profecía precisamente nos ha asegurado que si somos fieles seremos premiados como herederos del Reino Eterno y adicionalmente merecedores de todos y cada uno de los “premios” que son descritos con profundo sentido místico en las 7 Iglesias del Apocalipsis, a saber:

  1. Serán sacerdotes de Jesucristo y reinarán con Él por mil años, o un tiempo largo según sus méritos y obras buenas (Apoc. 20, 69).
  2. Sobre ellos no tendrá poder la segunda muerte, es decir, el infierno (Apoc. 2, 11; 20, 6).
  3. Sobre ellos no tendrá poder ni la muerte, ni el pecado, ni podrán ser tentados, pues ya estarán santificados en la Gracia (Apoc 2, 11).
  4. Serán llamados “vencedores” y gozarán del Árbol de la Vida que estará en el centro del Paraíso de Dios (Apoc 2, 7).
  5. Se les dará un Nombre Nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe (Apoc 2, 17).
  6. Se les entregará el lucero de la mañana, esto es, Cristo mismo (Apoc 2, 28).
  7. Cristo les dará el poder sobre las naciones (Apoc 2, 26).
  8. Serán revestidos con vestiduras blancas y Jesús los reconocerá delante de su Padre y de sus ángeles (Apoc 3, 5).
  9. Serán columnas en el Santuario de Dios, del que no saldrán ya jamás (Apoc 3, 12).
  10. Tendrán grabado en su frente el Nombre de Dios, el de la Ciudad de Dios (Apoc 3, 12), la Nueva Jerusalén que baja del cielo enviada por Dios y el nombre nuevo de Jesucristo, el Verbo del Padre, el Amén del Padre.
  11. Se sentarán con Cristo en su trono, como Cristo también venció y se sentó con su Padre en su trono (Apoc 3, 21).

Así pues, fatal para quienes han torpe, soberbia y quizá dolosamente señalado a este Papa como el antipapa, o el último Papa de la Iglesia dizque por ser el Petrus Romanus o el Papa que huirá de Roma; para quienes ven ya el cisma consumado de la Iglesia y la Gran Babilonia con el Concilio Vaticano II; para quienes terminó la sucesión de Pedro con Pío XII porque a su juicio la Cátedra de Pedro se ha vuelto la cátedra de Satanás; para quienes quieren ver el cisma anunciado entre Benedicto y Francisco; para quienes piensan que ya comenzó la Última Semana de Daniel y por tanto el 2021 será el año de la Parusía; para quienes creen que el asunto de Fátima es capítulo cerrado; para quienes difunden mensajes por internet supuestamente del Cielo sin el más mínimo discernimiento y rigor académico, mezclando el trigo y la cizaña; para quienes mandan correos poniendo en duda gravísima las palabras de Jesucristo sobre la fe de Pedro, juzgando al Papa por cada gesto o palabra que dice o escribe; para quienes no ven nada y afirman que faltan miles de años para que venga el Apocalipsis; en una palabra, para aquellos que teniendo ojos “no ven” y teniendo oídos “no oyen”. "¡ Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo" (Isaías 5:20).

Es una pena todo esto, pues se supone que conforme se acercan las profecías debiera ser mucha más clara su comprensión, pero para muchos no ha sido así. Por tanto, para analizar cada uno de estos aspectos, y según lo prometimos en nuestro artículo anterior, iremos analizando parcialmente las profecías contenidas en el Apocalipsis y las llamadas profecías privadas sobre el devenir del mundo y de la Iglesia. Y queremos comenzar afianzando la fe en la Esposa de Cristo, la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica fundada por Nuestro Señor Jesucristo que es Dios y que por tanto es divina, pero también humana pues está compuesta por hombres que somos pecadores y que la hemos afeado con nuestras malas obras, infidelidades, negaciones, críticas, murmuraciones y faltas de correspondencia a la Gracia divina.

Dios Uno y Trino

Cuando Jesucristo fundó su única Iglesia perseguía un solo propósito y era transmitir en ella la misma misión y el mismo mandato que Él había recibido de su Padre. En efecto, ya el Concilio Vaticano I había declarado que Cristo “Pastor Eterno, decidió fundar la Santa Iglesia para perpetuar la obra salvífica de la redención” (Denzinger: 1821, El Magisterio de la Iglesia. Ediciones Herder. Barcelona 1963).

Y Cristo es la cabeza de esa Iglesia y a través de Él nos viene la salvación, pues Él es Dios, el Hijo Unigénito del Padre y en el que se cumplieron todas las profecías. Así, quiso Él orientar a todos los hombres hacia esa salvación eterna cuando fundó su Iglesia. Por tanto, la Iglesia no es sino una comunidad de fieles que profesando una misma fe, viviendo una misma ley, participando de unos mismos sacramentos y obedeciendo a un mismo pastor, buscan la salvación eterna de su alma.

Y es a través de las notas esenciales que tiene la Iglesia que podemos distinguirla como la Verdadera Iglesia de Jesucristo porque sólo ella es Una, Santa, Católica y Apostólica.

Una

La perfecta unidad de la Iglesia en su dogma, moral, culto y gobierno, a través de 2,000 años de existencia y en todo el mundo, no tiene explicación natural; no sería posible si la Iglesia no fuera Institución Divina, asistida directamente por Dios y gobernada por el Espíritu Santo.

Cuando el Papa Juan XXIII llamó fraternalmente “hermanos separados”, y luego Paulo VI llama “Iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia de Roma” es que se apartaron de la unidad de la Iglesia desde el siglo V, cuando surgieron la iglesia copta, armenia y abisinia. Luego Focio, ilegítimo Patriarca de Constantinopla, rompió con la Iglesia en el siglo IX, y pronto se dividiría su iglesia de Constantinopla en muchas iglesias cismáticas, como la de Jerusalén, Antioquía, Chipre, Grecia; y después, Rusia, Bulgaria, Rumania, gobernadas por patriarcas. Luego en el siglo XVI, el protestantismo fue como un rayo que dividió la cristiandad europea rompiendo la unidad de la fe en mil pedazos, ya que surgieron incontables sectas por todos lados.

Esta tendencia de desunión tiene un sinnúmero de causas que habría de encontrar tanto en la filosofía como en la política, y en la misma religión.

Santa

Pero la Iglesia también es santa, porque Cristo la fundó para santificar a los hombres, y se fundamenta en sus sacramentos que son santos; y en su fin que es santo, manifestando el mismo Jesucristo su fuerza santificadora en su doctrina, “Yo les he comunicado tu doctrina, santificándolos en la verdad,”  (Jn 17, 17) y San Pablo remata diciendo: “Jesucristo amó a su Iglesia y se entregó para santificarla, a fin de hacerla santa e inmaculada” (Ef 5, 27).

Católica

Asimismo, la Iglesia es católica, porque Jesucristo la estableció para todos los pueblos y para todos los tiempos, tal y como lo sentenció al decir primero: “Id y enseñar a todas las naciones” (Mt 28,19); y después: “Me serviréis de testigos hasta los confines del mundo” (Hch 1,8).

La Iglesia no es católica por el hecho de estar extendida hoy en día por toda la Tierra y contar con más de 1,000 millones de fieles. La Iglesia es católica desde el mismo día de Pentecostés, pues ya desde ese momento estaba intrínsecamente inserta en el mundo. No es un asunto de cifras sino de su propia naturaleza con la que la impregnó Su Fundador.

Apostólica

Y finalmente, es apostólica porque ha mantenido una continuidad a través de los siglos partiendo de los mismos apóstoles, garantizada por una sucesión interminable hasta el fin del mundo.

Visible, Perpetua, Inmutable, Infalible

Pero también la Iglesia tiene otras cualidades como son su visibilidad, es decir, una sociedad visible a través de Jesucristo y del signo del bautismo para pertenecer a Ella. Y Cristo quiso que fuera visible a través de medios externos como los sacramentos, la predicación, la autoridad, etc. para que los hombres pudieran identificarla y acudieran a Ella, particularmente en su cabeza visible que es la persona del Romano Pontífice. De ahí el dicho ubi Petrus, ibi ecclesia, ibi Deus, o sea, donde está Pedro, ahí está la Iglesia y ahí está Dios.

También la Iglesia es perpetua, pues Cristo dijo: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos” (Mt 28, 20).

Es inmutable, pues ha conservado y conservará el tesoro inagotable que recibió de Cristo, a saber, su dogma, la moral y los sacramentos.

Y por último, la Iglesia es infalible, o sea, que no puede errar en asuntos de fe y moral. Así lo dice Jesucristo: “El que crea y se bautice se salvará.”(Mc16, 16) Y esto aunque a muchos les moleste hoy en día, donde se ha hecho rutina criticar al Papa y denostar a la Iglesia; pero esto sólo responde a que la Iglesia está formada por hombres y nosotros somos imperfectos y pecadores. Pero Su Fundador, no. Él es Dios.

El Mesías Verdadero

Que nadie se confunda pues. Sólo en Jesucristo se han cumplido todas las profecías, que lo identifican no sólo como el Mesías sino como Verdadero Dios:

  • Los profetas anunciaron el tiempo en que aparecería, así como las principales circunstancias de Su Nacimiento, Vida, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión; así como la fundación de Su Única y Verdadera Iglesia.
  • Acerca del tiempo en que aparecería, Daniel anunció que desde el edicto para reedificar a Jerusalén hasta la muerte del Mesías no alcanzarían a transcurrir 70 semanas de años, (9,24) y efectivamente al final de la penúltima de las 70 semanas murió el Salvador. Por su parte Jacob profetizó que el cetro real no sería quitado a la familia de Judá hasta la venida del Mesías (Gen 49,10). Por lo que cuando los judíos le pedían a Pilato la condenación de Cristo y le decían “no tenemos otro rey sino al César” atestiguaban sin advertirlo el cumplimiento de esta profecía (Jn.19, 15).
  • Sobre Su Nacimiento, Miqueas profetizó que nacería en Belén (5,2) e Isaías de una Madre Virgen que saldría de la tribu de Judá y que vendrían a adorarlo los Reyes de Oriente (7,14).
  • Sobre Su Vida, predijeron entre otras cosas que enseñaría públicamente teniendo por auditorio a los pobres (Is 61,1 y 28,19); que sería taumaturgo, legislador y sacerdote eterno. (Dt 18,18 y Sal 109,4).
  • Sobre Su Pasión y Muerte, los profetas predijeron numerosas circunstancias, por ejemplo, que sería vendido en 30 monedas de plata (Zac 11,12), abofeteado y escupido (Is 50,6), azotado y despojado de sus vestiduras (Is 56,4), que echarían suerte sobre éstas (Sal 21,19), que le taladrarían las manos y los pies (Sal 21,18) y le darían a beber hiel y vinagre (Sal 48,12).
  • Sobre Su Resurrección y Ascensión, David en sus salmos predijo que Jesucristo no experimentaría la corrupción del sepulcro (Sal 48,12) y que subiría a los cielos (Sal 23,7).
  • Sobre Su Iglesia, anunciaron que el Mesías establecería un nuevo y purísimo sacrificio (Mal 1,11) y un nuevo sacerdocio; que fundaría un reino espiritual, el cual habría de extenderse hasta los confines del mundo y nunca sería destruido (Is 9,7).

Y todo lo anterior sin considerar que Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza, y que así lo confirmaban las profecías como el único y verdadero Dios, amén de las múltiples profecías que el mismo Jesucristo anunció y que se cumplieron en Él, junto con todos los milagros que prueban no sólo su carácter mesiánico sino Su misma Divinidad, dando testimonio de sí mismo y de su Padre, así como el mismo Padre dio testimonio de Él: “Este es mi hijo amado en quien tengo todas mis complacencias, escuchadle” (Mt 3,17 y 17,5).

Y este mismo Jesucristo dijo que los poderes del infierno no prevalecerían sobre Ella, sobre su Iglesia (Mt 16,18).

 

Todos los artículos de este sitio pueden ser reproducidos, siempre y cuando se cite al autor, Luis Eduardo López Padilla, y la página donde fue originalmente publicado, www.apocalipsismariano.com

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