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El Cristo y Su Iglesia

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Cuando Jesucristo fundó su única Iglesia perseguía un solo propósito y era transmitir en ella la misma misión y mandato que Él había recibido de su Padre. Ya el Concilio Vaticano I había declarado que Cristo “Pastor eterno, decidió fundar la Santa Iglesia para perpetuar la obra salvífica de la redención” (Dz 1821[1]).

 

Y Cristo es la cabeza de esa Iglesia y a través de Él nos viene la salvación, pues Él es Dios, el Hijo Unigénito del Padre y en el que se cumplieron todas las profecías. Así, quiso Él orientar a todos los hombres hacia esa salvación eterna cuando fundó su Iglesia. Por tanto, la Iglesia no es sino una comunidad de fieles que profesando una misma fe, viviendo una misma ley, participando de unos mismos sacramentos y obedeciendo a un mismo pastor, buscan la salvación eterna de su alma.

Es a través de las notas esenciales que tiene la Iglesia que podemos distinguirla como la Verdadera Iglesia de Jesucristo porque sólo ella es Una, Santa, Católica y Apostólica.

Una

La perfecta unidad de la Iglesia en su dogma, moral, culto y gobierno, a través de 2,000 años de existencia y en todo el mundo, no tiene explicación natural; no sería posible si la Iglesia no fuera Institución Divina, asistida directamente por Dios y gobernada por el Espíritu Santo.

Cuando el Papa Juan XXIII llamó fraternalmente “hermanos separados”, y luego Paulo VI llama “Iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia de Roma” es que se apartaron de la unidad de la Iglesia desde el siglo V, cuando surgieron la iglesia copta, armenia y abisinia. Luego Focio, ilegítimo Patriarca de Constantinopla, rompió con la Iglesia en el siglo IX, y pronto se dividiría su iglesia de Constantinopla en muchas iglesias cismáticas, como la de Jerusalén, Antioquía, Chipre, Grecia; después, Rusia, Bulgaria, Rumania, gobernadas por patriarcas. Luego en el siglo XVI, el protestantismo fue como un rayo que dividió la cristiandad europea rompiendo la unidad de la fe en mil pedazos, ya que surgieron incontables sectas por todos lados.

Esta tendencia de desunión tiene un sinnúmero de causas que habría de encontrar hoy tanto en la filosofía como en la política, y en la misma religión.

Santa

Pero la Iglesia también es santa, porque Cristo la fundó para santificar a los hombres, y se fundamenta en sus sacramentos que son santos; y en su fin que es santo, manifestando el mismo Jesucristo su fuerza santificadora en su doctrina, “Yo les he comunicado tu doctrina, santificándolos en la verdad,[2] y San Pablo remata diciendo: “Jesucristo amó a su Iglesia y se entregó para santificarla, a fin de hacerla santa e inmaculada[3].

Católica

Asimismo, la Iglesia es católica, porque Jesucristo la estableció para todos los pueblos y para todos los tiempos, tal y como lo sentenció al decir primero: “Id y enseñar a todas las naciones[4]; y después: “Me serviréis de testigos hasta los confines del mundo[5].

La Iglesia no es católica por el hecho de estar extendida hoy en día por toda la Tierra y contar con más de 1,100 millones de fieles. La Iglesia es católica desde el mismo día de Pentecostés, pues ya desde ese momento estaba intrínsecamente inserta en el mundo. No es un asunto de cifras sino de su propia naturaleza con la que la impregnó Su Fundador.

Apostólica

Finalmente, es apostólica porque ha mantenido una continuidad a través de los siglos partiendo de los mismos apóstoles, garantizada por una sucesión interminable hasta el fin del mundo.

Visible, Perpetua, Inmutable, Infalible

Pero también la Iglesia tiene otras cualidades como son su visibilidad, es decir, una sociedad visible a través de Jesucristo y del signo del bautismo para pertenecer a Ella. Y Cristo quiso que fuera visible a través de medios externos como los sacramentos, la predicación, la autoridad, etc. para que los hombres pudieran identificarla y acudieran a Ella, particularmente en su cabeza visible que es la persona del Romano Pontífice. De ahí el dicho ubi Petrus, ibi ecclesia, ibi Deus, o sea, donde está Pedro, ahí está la Iglesia y ahí está Dios.

También la Iglesia es perpetua, pues Cristo dijo: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos[6].

Es inmutable, pues ha conservado y conservará el tesoro inagotable que recibió de Cristo, a saber, su dogma, la moral y los sacramentos.

Y por último, la Iglesia es infalible, o sea, que no puede errar en asuntos de fe y moral. Así lo dice Jesucristo: “El que crea y se bautice se salvará[7]. Y esto aunque a muchos les moleste hoy en día, cuando se ha hecho rutina criticar al Papa y denostar a la Iglesia; pero esto sólo responde a que la Iglesia está formada por hombres y nosotros somos imperfectos y pecadores. Pero Su Fundador, no. Él es Dios.

El Mesías Verdadero

Que nadie se confunda pues. Sólo en Jesucristo se han cumplido todas las profecías, que lo identifican no sólo como el Mesías sino como Verdadero Dios:

Los profetas anunciaron el tiempo en que aparecería, así como las principales circunstancias de Su Nacimiento, Vida, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión; así como la fundación de Su Única y Verdadera Iglesia.

  • Acerca del tiempo en que aparecería, Daniel anunció que desde el edicto para reedificar a Jerusalén hasta la muerte del Mesías no alcanzarían a transcurrir 70 semanas de años[8], y efectivamente al final de la penúltima de las 70 semanas murió el Salvador. Por su parte Jacob profetizó que el cetro real no sería quitado a la familia de Judá hasta la venida del Mesías[9]. Por lo que cuando los judíos le pedían a Pilato la condenación de Cristo y le decían “no tenemos otro rey sino al César” atestiguaban sin advertirlo el cumplimiento de esta profecía[10].
  • Sobre Su Nacimiento, Miqueas profetizó que nacería en Belén[11] e Isaías de una Madre Virgen que saldría de la tribu de Judá y que vendrían a adorarlo los Reyes de Oriente[12].
  • Sobre Su Vida, predijeron entre otras cosas que enseñaría públicamente teniendo por auditorio a los pobres[13]; que sería taumaturgo, legislador y sacerdote eterno[14].
  • Sobre Su Pasión y Muerte, los profetas predijeron numerosas circunstancias, por ejemplo, que sería vendido en 30 monedas de plata[15], abofeteado y escupido[16], azotado y despojado de sus vestiduras[17], que echarían suerte sobre éstas[18], que le taladrarían las manos y los pies[19] y le darían a beber hiel y vinagre[20].
  • Sobre Su Resurrección y Ascensión, David en sus salmos predijo que Jesucristo no experimentaría la corrupción del sepulcro[21] y que subiría a los cielos[22].
  • Sobre Su Iglesia, anunciaron que el Mesías establecería un nuevo y purísimo sacrificio[23] y un nuevo sacerdocio; que fundaría un reino espiritual, el cual habría de extenderse hasta los confines del mundo y nunca sería destruido[24].

Todo lo anterior sin considerar que Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza, y que así lo confirmaban las profecías como el único y verdadero Dios, amén de las múltiples profecías que el mismo Jesucristo anunció y que se cumplieron en Él, junto con todos los milagros que prueban no sólo su carácter mesiánico sino Su misma Divinidad, dando testimonio de sí mismo y de su Padre, así como el mismo Padre dio testimonio de Él: “Este es mi hijo amado en quien tengo todas mis complacencias, escuchadle[25].

Las Puertas del Infierno no Prevalecerán

Y este mismo Jesucristo dijo que los poderes del infierno no prevalecerían sobre Ella, sobre su Iglesia[26].

En efecto, en cierta ocasión en la región de Cesarea de Filipo, el Señor Jesús miró el terreno sobre el que se alzan unas rocas. Entonces se acercó a una de ellas, puso la mano derecha sobre una piedra grande y les preguntó a sus discípulos:

“¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”

Ellos contestaron:

“Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas”.

Y Él les dijo:

“Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?”

Los apóstoles se miraron unos a otros sin saber qué contestar, entonces Simón, el pescador, tuvo una iluminación sobrenatural y todo lo vio muy claro; y respondió:

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Y Jesús le replicó:

“Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no ha sido ni la carne ni la sangre quien te ha revelado esto sino Mi Padre que está en los cielos. Y Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra – que en ese instante tocaba Jesús con su mano derecha – edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán en contra de ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos y cuanto atares en la tierra, será atado en los cielos; y cuanto desatares en la tierra, será desatado en los cielos”[27].

Todos dejaron de mirar a la roca y voltearon su mirada al pescador que desde aquel momento fue la Roca, es decir, el depositario de las llaves del Reino; y fue entonces que Jesucristo fundó Su Iglesia y designó personalmente a Su Vicario, al primero de ellos que fue Pedro, extendiéndose a lo largo de veinte siglos hasta llegar al actual, Francisco.

En este texto que hemos citado, contenido dentro de la Revelación de Jesucristo, ha quedado en claro que indefectiblemente por Promesa Divina:

 “las puertas del infierno no prevalecerán en contra de ella”.

Es decir, que la Iglesia permanecerá hasta el último día, “el día final”. Pero su permanencia no será sin lucha pues precisamente será acosada, atacada y enfrentada contra lo que Cristo llamó “las puertas del infierno”. A estas “puertas del infierno” los Padres de la Iglesia la han plenamente identificado con los poderes del mal, con los poderes de las tinieblas, cuya cabeza es un poderoso ángel caído conocido como Satanás, real, personal y actuante; y tras de él millones y millones de seres infernales de naturaleza angélica como él.

Así pues, las “puertas del infierno” son los poderes del mal, mal que no es abstracto, impersonal, sino detentado por el Maligno, quien sabedor que le queda poco tiempo, anda como león rugiente tratando de despedazar a la Iglesia de Cristo y a todos los hombres de buena voluntad, incluidos principalmente los cristianos.

La lucha en contra de la Iglesia ha sido encarnizada desde su fundación, pero el más terrible y tenebroso ataque contra el Cristo, Su Vicario y Su Iglesia aún está por venir, y como consecuencia parecerá que todo acabó; pero cuando todo clame su muerte, entonces la Iglesia resucitará con el más glorioso triunfo que los siglos jamás han conocido ni conocerán.  

Todos los artículos de este sitio pueden ser reproducidos, siempre y cuando se cite al autor, Luis Eduardo López Padilla, y la página donde fue originalmente publicado, www.apocalipsismariano.com



[1] Denzinger: El Magisterio de la Iglesia. Ediciones Herder. Barcelona 1963.

[2] Jn 17, 17.

[3] Ef 5, 27.

[4] Mt 28, 19.

[5] Hch 1, 8.

[6] Mt 28,20.

[7] Mc 16,16.

[8] 9, 24.  

[9] Gn 49, 10.

[10] Jn 19, 15.

[11] 5, 2.

[12] 7, 14.

[13] Is 61, 1 y 28, 19.

[14] Dt 18, 18 y Sal 109, 4.

[15] Zac 11, 12.

[16] Is 50, 6.

[17] Is 56, 4.

[18] Sal 21, 19.

[19] Sal 21, 18.

[20] Sal 48, 12.

[21] Sal 48, 12.

[22] Sal 23, 7.

[23] Mal 1, 11.

[24] Is 9, 7.

[25] Mt 3, 17 y 17, 5.

[26] Mt, 16,18.

[27] Mt, 16, 13-18.

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